¡Ora con esperanza por el perdón de tus pecados!
Pronunciando estas palabras, recuerda el don del Bautizo que recibiste y todas las bondades de Dios para contigo, conocidas y desconocidas.
¡Sí, amigo, sí! Inmediatamente después de haber caído en pecado, levántate, como si nada hubiera pasado, y di: “Señor, purifícame, porque soy un pecador. ¡Ten piedad de mí, Señor! Tú, Creador mío, apiádate de mí. ¡He pecado mucho, Señor, perdóname!”.
Estas palabras son suficientes para reconciliarte con Dios, para devenir de esclavo en hijo, para poder llamarlo nuevamente “Padre”. Después, di, en paz:
“¡Gloria a Ti, Dios nuestro, gloria a Ti!”
Pronunciando estas palabras, recuerda el don del Bautizo que recibiste y todas las bondades de Dios para contigo, conocidas y desconocidas; y a este agradecimiento y alegría aúna también el agradecimiento y la alegría que recién comienzas a experimentar, al repetir aquellas palabras. Y es que, silenciosamente, mientras hablas, Dios perdona tu falta.
Piensa que cada sílaba que pronuncias derrite tu pecado, cual cera. Vive este misterio con estremecimiento y alegría, y con este sentimiento pronuncia las palabras santas, palabras redentoras. Después di un “Oh, Dios, Rey Celestial”, sintiendo en tu corazón cada palabra que pronuncies. Y cuando digas “y purifícanos de toda mancha, y salva, Oh Bondadoso, nuestras almas”, convéncete que Dios te ha salvado, porque si no lo haces no podrás continuar con el “¨Padre Nuestro”: sólo los que han sido redimidos pueden llamar “Padre” a Dios, porque los demás son considerados aún en pecado.
(Traducido de: Ieromonah Savatie Baştovoi, Dragostea care ne sminteşte, Editura Marineasa, Timişoara, 2003, pp. 160-161)