Oración a la Madre del Señor, para los momentos de angustia y tristeza
¡En ti confío, porque eres más venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines!
«Las olas del pecado me atormentan y una gran angustia desborda mi alma; por eso te pido, oh, Santísima Madre, que tranquilices mi alma con la paz de tu Hijo, y apartes la desesperanza y la congoja de mi corazón con Su gracia. Disipa la tormenta de mis pecados, que me arden como si yo fuera un gusano en el fuego, y extingue sus llamas. Llena mi alma de alegría, Santísima Madre, y desvanece los nubarrones de mis faltas, que tanto me sofocan y agitan. Ilumíname con la luz de tu Hijo. Mi alma se siente desfallecer; todo me resulta trabajoso y difícil de realizar, incluso la oración. Siento que me he vuelto frío como una piedra. Mis labios susurran una oración, pero mi corazón no se conmueve. Las aflicciones me rodean. Derrite el hielo que se ha formado alrededor de mi alma y enciende mi corazón con tu amor. No confiaré en el auxilio de mis semejantes, sino que, como puedes ver, me arrodillo ante ti, oh Santísima Madre y Virgen. No me apartes de ti, sino que acepta la plegaria de este siervo tuyo. La tristeza me anega. Ya no puedo soportar los ataques de los demonios. No tengo defensa ni donde refugiarme: ¡tan lamentable es mi estado! Cada vez que emprendo esta lucha, salgo vencido. No tengo más consuelo que el tuyo, Santísima Madre. ¡Oh, esperanza y abogada de todos los fieles, no ignores mi súplica!
Santísima Madre de Cristo, Purísima, Bendita Madre de Dios, puedes ver cómo me ataca el demonio, del mismo modo en que las olas del mar castigan a un pequeño velero. El enemigo me acecha de día y me ataca de noche. No tengo paz, mi alma se agota, mi espíritu se estremece. ¡Apresúrate, oh sublime Madre, ven y ayúdame! Pídele a mi dulce Jesús que tenga piedad de mí y perdone todos los pecados que he cometido. ¡Oh, Santísima Madre de nuestro Señor Jesucristo, tu amorosa bondad es infinita y es también el más grande adversario de los poderes del infierno! Incluso cuando el más grande pecador cae en la profundidad del infierno, empujado por las fuerzas del maligno, si clama a ti, tú estás lista para librarlo de las ataduras de aquel terrible lugar. ¡Líbrame a mí también! Mira cómo el demonio quiere hacerme caer y llevarme a que pierda la fe. Pero yo pongo mi esperanza en el Señor. ¡En ti confío, porque eres más venerable que los querubines e incomparablemente más gloriosa que los serafines! Amén».