Oración para invocar la misericordia de Dios en tiempos de epidemia y muerte súbita (2)
“No nos reprendas con severidad, ni nos castigues encendido en Tu santa ira, Señor. Te hemos fallado, pero también ante Ti nos postramos y con corazón contrito nos confesamos, como presentándote un sacrificio puro. ¡Perdónanos, oh Soberano!”.
«Hemos pecado, innumerables infamias hemos cometido, no hemos obrado justamente ante Ti, Bondadoso Señor. Hemos quebrantado Tus redentores mandamientos y las santificadas promesas que hicimos cuando fuimos bautizados ante Tu excelso Altar y ante los ángeles y nuestros semejantes. Nos hemos apartado de la rigurosidad de la ley con la cual fuimos santificados, desconsiderándola, degradando la Gracia del Espíritu y despreciando el parentesco que está más allá de nuestra naturaleza. Toda la Escritura, la Ley Divina y la enseñanza inspirada por Dios han sido consideradas por nosotros como un ruido vacío y palabras inútiles; nosotros, tan perversos, portamos solamente de nombre y con nuestras palabras el glorioso Evangelio y el verdadero cristianismo. Nuestras manos no han hecho más que servir a nuestra avidez y a la gula; nuestros pies han corrido con rapidez e insolencia a toda clase de injusticia y maldad, siempre listos para pisotear lo que corresponde a los demás y perjudicar a los más pobres. Hemos hecho de nuestra boca, que es el órgano de las santas oraciones y de las palabras, un instrumento capaz de toda vergüenza y vulgaridad, para romper nuestros juramentos y juzgar a los demás. Nuestros ojos y todos nuestros demás sentidos están llenos de lujuria e impureza. A nuestra mente, que tendría que reinar en nosotros, es decir, la semilla divina, la hemos envilecido, y a Tus miembros, oh Cristo, los hemos convertido en miembros de la depravación; así, en vez de templos de Dios, nos hemos convertido en templos de la corrupción y la perversión.
Por eso, oh Bondadosísimo Señor, nosotros, pecadores, hemos tornado en ira Tu inmenso amor a la humanidad. A Tus incontables bondades neciamente las hemos cambiado por castigos; porque, ya que ni con lo bueno que tenemos ni con la enfermedad de nuestros hermanos hemos regresado a la virtud, con toda justicia hemos hecho que venga a nosotros esta justa reprimenda y corrección. Pero no nos reprendas con severidad, ni nos castigues encendido en Tu santa ira, Señor. Te hemos fallado, pero también ante Ti nos postramos y con corazón contrito nos confesamos, como presentándote un sacrificio puro. ¡Perdónanos, oh Soberano! Tú, que tanto amas a la humanidad, detén el castigo que sufrimos, deja que la inmensidad de Tus misericordias se imponga a la perversa multitud de nuestros pecados. Que el abismo de Tus infinitas bondades cubra el amargo mar de nuestras maldades. Tenemos grandes ejemplos de Tu amor por los hombres: malhechores, mujeres adúlteras, publicanos e hijos pródigos, quienes, aventajándonos, han llegado al Reino de los Cielos. Junto con ellos recíbenos también a nosotros, quienes nos confesamos y nos postramos ante Ti, Señor, aunque estamos lejos la conversión y del puro arrepentimiento de ellos; pero que Tu inefable bondad complete lo que nos falta, o mejor que lo haga todo, ya que en verdad nos falta todo. Tu Cruz y tu muerte voluntaria son la expresión de Tu compasión y Tu misericordia, que te dulcifican, porque las aceptaste por nosotros, a pesar de que somos unos ingratos. Tienes también la lucha de los apóstoles, los afanes de los venerables, la sangre de los mártires; pero, ante todo, tienes la esperanza y la salvación general de todos. Tienes también a Tu Santísima Madre, quien de forma inefable te dio a luz. Recibe, Señor, sus plegarias con amor, y líbranos de esta tribulación y del castigo eterno. Con el don y el amor a los hombres de Tu Padre, Quien no tiene principio, con Quien eres bendecido, y los de Tu Santísimo, bondadoso y vivificador Espíritu, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén».