Palabras de espiritualidad

Ortodoxia, la historia del amor entre Dios y el ser humano

Dios no tiene fronteras, está más arriba de lo que nuestra mente puede pensar. Aun así, la más corta y la más adecuada definición de Dios es la que nos da San Juan, el Apóstol y Evangelista: “Dios es Amor” (I Juan 4,16). Y si Él es Amor, significa que es Persona, también, porque lo que es impersonal, no puede amar. Pero, ¿cómo puede Él amar, como Persona, si viviera solo? Nosotros decimos que Dios es único, pero esto no significa que está solo. El amor supone una comunión de Personas, no soledad. Si fueran dos Personas divinas, su amor sería algo limitado, una especie de egoísmo entre dos. Lo más corriente así lo entendemos y amamos nosotros, los hombres, expresándolo con las siguientes palabras: yo te amo, y tú me amas. Pero este es un amor condicionado. En Dios, las cosas no son así. Hay Tres Personas divinas: El Padre de quien nació El Hijo “antes de todos los siglos”, y de quien procede El Espíritu Santo. 

Dios no tiene fronteras, está más arriba de lo que nuestra mente puede pensar. Aun así, la más corta y la más adecuada definición de Dios es la que nos da San Juan, el Apóstol y Evangelista: “Dios es Amor” (I Juan 4,16). Y si Él es Amor, significa que es Persona, también, porque lo que es impersonal, no puede amar. Pero, ¿cómo puede Él amar, como Persona, si viviera solo? Nosotros decimos que Dios es único, pero esto no significa que está solo. El amor supone una comunión de Personas, no soledad. Si fueran dos Personas divinas, su amor sería algo limitado, una especie de egoísmo entre dos. Lo más corriente así lo entendemos y amamos nosotros, los hombres, expresándolo con las siguientes palabras: yo te amo, y tú me amas. Pero este es un amor condicionado. En Dios, las cosas no son así. Hay Tres Personas divinas: El Padre de quien nació El Hijo “antes de todos los siglos”, y de quien procede El Espíritu Santo.

Estas Tres son una realidad. No hay tres dioses, sino solo uno en tres Personas. Cada una de las Tres Personas es Dios verdadero y entre Sí hay un amor perfecto.

El amor no se acaba nunca, él siempre se comunica de una forma creativa. Dios creo el universo por amor: ha hecho “el cielo y la tierra” (Génesis 1,1), es decir, las cosas invisibles - los ejércitos de los ángeles – y las cosas visibles, materiales.

La Palabra de Dios es creadora. Cuando Él dijo “que se haga la luz”, apareció la luz. Todo lo que hizo Dios, lo hizo a través de Palabra. Todo ha llegado de la inexistencia a la existencia: no han sido sacadas de Sí.

Este es el poder de la génesis, este es el poder del Amor divino. Y al hombre lo hizo después de un consenso en el seno de la Santa Trinidad: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Génesis 1,26). “El Señor Dios modeló al hombre del polvo del suelo e insufló en su nariz aliento de vida; y el hombre se convirtió en ser vivo” (Génesis 2,7). El hombre es la corona de toda la creación. Al ser cuerpo y alma, el hombre une la realidad visible, la materialidad, con lo que no se ven, la espiritualidad. De toda la creación, todo el universo, solo el ser humano está llamado a ser persona en comunión de amor y en dialogo con las Personas divinas, con Dios.

Después de cada de los seis días de la creación, se dice en la Génesis que “Dios vio que todo era bueno”. Solo cuando contempló a Adán, Dios vio que algo no iba bien y dijo: “No es bueno que el hombre esté solo; vamos a hacerle a alguien como él, que le ayude” (Génesis 2,18). Para Adán no se encontró esta ayuda ni entre los animales, ni entre los pájaros (Génesis 2,20). Entonces Dios creó el segundo hombre, Eva, y “su nombre será mujer” (Génesis 2,23).

Eva fue creada de la costilla de Adán, de la parte del corazón, porque ella ayudará a Adán a aprender y a cultivar el amor que deberá crecer hasta la perfección en relación con Dios. Durante los siglos y hasta hoy, tenemos el mismo modelo de aprender amar. Hasta que llegará el hombre a amar a Dios, aprende primero a amar a sus padres, a sus amigos, a sus familiares; finalmente se casa, aprendiendo el amor que nace entre los esposos, y el amor para los niños. Solamente conociendo el amor entre los humanos, podemos elevarnos al Amor divino. Así nos enseña San Juan, el Apóstol del amor: “Si alguno dice: “Amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (I Juan 4,20). Adán y Eva, siendo creados según la semejanza de Dios, fueron adornados con la libertad. No se puede hablar de amor donde no hay libertad; ellas son reciprocas. Pero los primeros hombres eligieron renunciar a la comunión de amor con Dios y siguieron el consejo del diablo. Este ha tomado la forma de serpiente y los aconsejaron a gustar del árbol del conocimiento del bien y del mal, el árbol prohibido de Dios, engañándolos que serían como Dios.

Adán y Eva no eran cautivos en el Paraíso y tampoco condenados a amar a Dios. Ellos tenían la libertad para quedarse en comunión con Dios, o desprenderse de Él, por el incumplimiento de este mandamiento, que en realidad, fue la única prohibición puesta como signo de la posibilidad de elegir. Ellos eligieron creer en el diablo y rompieron la relación de amor con Dios, el Creador de sus vidas. De este modo llegaron a conocer la muerte, la ira, la violencia, el egoísmo.

Aunque el hombre ha renunciado al amor a Dios, Dios no ha renunciado a amar al hombre, sino le ha mostrado continuamente Su amor. Mucho más: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a Su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él” (Juan 3,16-17). El Hijo de Dios se hizo hombre, manteniéndose Dios. Se encarnó de la Virgen María hace dos mil años, cuando ésta respondió con amor al mensaje traído por el Arcángel Gabriel: “Hágase en mi según tu palabra” (Lucas 1,38).Nuestro Señor y Salvador Jesucristo predicó a los hombres el amor perfecto, amor que se dirige a los enemigos, a los malos o a los injustos. El mismo, aunque era sin pecado, asumió todos los pecados del mundo y los asumió en la Cruz, fuente de su amor sacrificial. Después de morir en la Cruz, bajó con Su alma en el infierno donde todos los hombres bajaban porque el Paraíso estaba cerrado. Ha resucitado el tercer día porque Jesucristo es Él mismo la Vida y ninguna muerte lo podría llevar captivo. Si hasta entonces se decía que “es fuerte el amor como la muerte” (Cantar de los Cantares 8,6), después de la Resurrección de Jesucristo sabemos que el amor es más fuerte que la muerte.

En la Ortodoxia, el hombre aprende divinizarse, a unirse perfectamente con Dios, cultivando la relación de amor. Esta cosa es posible porque entre el ser humano y Dios no hay un abismo, ya que en Jesucristo se unieron el ser divino con el ser humano. El ejemplo de esta unión son los santos, los que han dejado todas las cosas del mundo para ganar el amor de Cristo. Este amor inflamable de Dios nos va juzgar a todos al final del mundo, será como una lava que incluirá toda la creación. Por lo tanto, el hombre es libre de elegir o el amor perfecto, divino, o el “no amor”, llamada “la segunda muerte”.

Allí donde hay amor, allí no hay muerte. 

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