Para aprender a confesarnos
Mientas más frecuentemente te confieses, más se apartará el demonio de ti, porque, con la absolución, el maligno sale huyendo, ese que había entrado en tu corazón con las pasiones y el pecado.
Para confesarse, el fiel se dirige al padre espiritual que le indica el Espíritu Santo. Cuando el Sacramento de la Confesión llega a su final, cánonicamente, recibe la fuerza de la Gracia justo cuando el sacerdote repite la fórmula de la absolución, poniendo sus manos sobre la cabeza del creyente. He oído que hay sacerdotes que, por motivos de edad o por cualquier otra razón, hacen confesiones “colectivas”, leyendo las oraciones previas y diciendo: “Repitan después de mí: ¡Todo esto y cosas más graves que esto he cometido!”, y después hacen la oración de absolución, a pesar de no haber escuchado la confesión de ninguno de los presentes. Los pecados no se confiesan públicamente, ¡sería un gran error! El sacerdote que haga esto, debe saber que tendrá que rendir cuentas ante Cristo por haber desnaturalizado el Sacramento de la Confesión, “confesando” colectivamente. ¡Sin una confesión individual y de corazón, con fe, es como si no te hubieras confesado! Mientras el sacerdote no te ponga las manos sobre la cabeza, aún no estás absuelto de tus faltas. Te vas a casa tal como veniste. ¡Si ves un sacerdote que practica una confesión “colectiva”, recházala! Mientas más frecuentemente te confieses, más se apartará el demonio de ti, porque, con la absolución, el maligno sale huyendo, ese que había entrado en tu corazón con las pasiones y el pecado. Él se va y el que entra es el Espíritu Santo. Y esto consiste en reconciliarte contigo mismo, con tu Dios, con tu conciencia y con tu familia. Con esto te conviertes en una nueva persona, un nuevo hombre, feliz, gozoso y deseoso de hacer la voluntad de Dios. Así debe ser la Confesión. Si sales turbado de la Confesión, es que o no te has confesado correctamente, o el sacerdote dormitaba cuando tú le confesabas tus pecados, y vuelves a casa con los pecados sin desatar. ¡No es posible volver turbado a casa después de haberte confesado! La señal de que ha obrado el Espíritu Santo, es que vienes turbado y vuelves luminoso, vienes triste y sales contento.
(Traducido de: Părintele Ioanichie Bălan, Spovedania Taina împăcării, Editura Doxologia, p. 30)