Palabras de espiritualidad

Para que dejemos de juzgar a los demás

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

En el tiempo que te queda de vida, evita juzgar y condenar a tus semejantes. Cuando tu mente te diga que no sé quién es un pecador, respóndele: “¡Yo soy más pecador que él! Y seguramente él se confiesa, quizás hasta llora por sus faltas, o se llena de contrición y humildad, y Dios lo perdona por arrepentirse”.

Durante unos quince o veinte años, no di ningún consejo espiritual a nadie. Simplemente no quise hacerlo, hasta que, en cierto momento, sentí como una reconvención, como un remordimiento por haber enterrado el talento que se me había dado. Y, finalmente, cuando vino alguien a buscarme, un monje o un laico, no me recuerdo bien, ya no pude esperar más y le aconsejé como creí que era mejor. Inmediatamente aquel pesar desapareció y entendí que el Espíritu Santo había dejado de reprenderme por haber enterrado ese don.

Mientras estuve en el monasterio, sólo pude sentir la ayuda de Dios cuando evité juzgar a los demás y asumí para mí toda culpa. Pero, cuando señalé a alguien más, perdí todo. Recuerdo que una vez fui a visitar a un hermano, un monje muy virtuoso, y este empezó a quejarse de todos los contratiempos que le hacían sufrir los demás. ¿Qué hice yo? Me puse a darle la razón en todo, casi sin pensar. “Sí, sí… Así es, hermano… Sí, estás en lo correcto”. Y lo que conseguí fue apartarme de Dios, por haber juzgado a mis semejantes. Cuando este hermano me dijo que no sé quién le había robado, que no sé quién más era un ocioso y no sé cuántas otras cosas parecidas, yo asentí una y otra vez: “Sí. Sí, sí…”. A la mañana siguiente, cuando nos despedimos, me dijo:

—¡Gracias por venir, hermano! ¡Espero que regreses pronto!

—¡Ay de mí! Lo que estuvimos hablando anoche… ¡Ya no hace falta que nuestro Señor vuelva a este mundo, cuando nosotros le hemos usurpado la potestad de juzgar!, respondí amargamente.

¡Y cuántas tentaciones tuve que enfrentar poco después! Cuando fui a confesarme, mi padre espiritual me dijo:

—Todas esas tentaciones vienen por haber juzgado a los demás.

El Espíritu Santo me había abandonado y me sentía como aturdido, me dolía la cabeza… Un anciano monje me recomendó lo siguiente: 

—En el tiempo que te queda de vida, evita juzgar y condenar a tus semejantes. Cuando tu mente te diga que no sé quién es un pecador, respóndele: “¡Yo soy más pecador que él! Y seguramente él se confiesa, quizás hasta llora por sus faltas, o se llena de contrición y humildad, y Dios lo perdona por arrepentirse”.

(Traducido de: Părintele Proclu NicăuLupta pentru smerenie și pocăință, Editura Agaton, Făgăraș, 2010, pp. 47-48)