Para que las ofensas de los demás no nos perturben
“¡Oh, Cruz del Señor, fortaléceme, álzame a donde estás y recíbeme, para que pueda unirme perfectamente con Aquel que me redimió muriendo sobre ti!”.
Si alguien te insulta inesperadamente, o te ofende, o te golpea, o, en fin, te agravia de cualquier otra manera, detente un momento, reúne todos tus pensamientos en el corazón, y vigila tu mente para cuidarte de cualquier turbación. No permitas que tu corazón se aturda por causa del orgullo.
Pero si no lo haces a tiempo y tu corazón se agita, esfuérzate en impedir que dicha pasión salga afuera y te lleve a responder con ofensas e insultos, como dice el salmista. “Mi corazón se ha agitado en mi pecho” (Salmos 142, 4). Es decir que debemos evitar que la turbación y la pasión de la ira salgan al exterior, tal como las estremecedoras olas del mar no se salen de sus márgenes, sino que se desbaratan en la costa, dejando un lecho de blanca espuma. Lo mismo ocurre con la ira. Así es como San Basilio el Grande interpreta dicho versículo: se trata de que la pasión no se ha manifestado exteriormente y, al igual que una ola gigantesca, se ha levantado y ha caído impotente entre las rocas de la orilla.
Entonces, hermano, esmérate en mantener tu mente dirigida a Dios, pensando siempre en el infinito amor que tiene por ti, porque si te envió la tentación que ahora enferntas, lo hizo no para perderte, sino para purificarte de mejor manera y hacer que te unas a Él lo antes posible.
Tomando todo esto en cuenta, espabílate y repite: “¡Ay de mí, miserable y vil! ¿Por qué no quiero abrazar esta Cruz y esta tribulación que me envió el Padre Celestial y no nadie más?”.
Después, vuélvete hacia la Cruz, abrázala en tu mente con el mayor gozo posible, y di: “¡Oh, Santa Cruz, tú que fuiste creada por la Providencia de Dios antes de que yo existiera! ¡Oh, Cruz, tú que te has endulzado con la dulzura del amor del Crucificado! ¡Fortaléceme, álzame a donde estás y recíbeme, para que pueda unirme perfectamente con Aquel que me redimió muriendo sobre ti!”.
Aunque te embista la pasión de la ira, alterándote para que no puedas elevar tu mente a Dios, apresúrate, lucha y álzala lo antes posible. Sólo así serás ayudado.
(Traducido de: Nicodim Aghioritul, Războiul nevăzut, Editura Egumenița, Galați, p. 53)