Para quienes han elegido vivir en lo solitario
Deseando gustar de la santidad espiritual, la tranquilidad, la paz, la buena disposición, el gozo y la alegría que de todo esto resulta, el hombre se mantendrá cuidadosamente atento a que ninguna pasión material o carnal venga a perturbale el alma, y buscará sólo las cosas de Dios...
Quien desee ser libre de las ataduras del mundo, evitará el matrimonio cual si se tratara de un par de grilletes. Y, después de renunciar a casarse, dedicará su vida a Dios y aceptará completamente la vida en pureza, de manera que ya no pueda buscar el matrimonio, sino luchar de cualquier modo por la castidad y en contra de la naturaleza, especialmente contra las pasiones más violentas de esta. Porque, después de hacerse un amante de Dios, deseará participar del más completo sosiego. De esta manera, deseando gustar de la santidad espiritual, la tranquilidad, la paz, la buena disposición, el gozo y la alegría que de todo esto resulta, se mantendrá cuidadosamente atento a que ninguna pasión material o carnal venga a perturbale el alma, y buscará sólo las cosas de Dios, con la mirada pura y cristalina del alma, llenandose, sin saciarse, de la luz que viene de allí. Y, después de ejercitar su alma en semejante costumbre y estado, se hará familiar con Dios, en la medida que se lo permita su semejanza con Él, llegando a hacerse amado y esperado por nuestro Creador, por haber soportado una lucha tan grande y difícil de vencer. Así, entrará en relación con Él, conservando su mente pura de la mezcla de todo lo material y libre de cualquier pasión mundana. Entonces, es adecuado, y también justo, que quien haya alcanzado tal hábito, con lo que he mencionado anteriormente, no vuelva a descender a las cosas de la carne con la práctica de sus pasiones. Tampoco deberá aceptar los vapores que salen de allí, para no nublar el ojo de su mente como con una calígine muy densa, y para que no decaiga en la contemplación divina, tal como se irrita la vista de la mente por el humo de las pasiones.
(Traducido de: Sfântul Vasile cel Mare, Constituțiile ascetice, Editura Institutului Biblic și de Misiune al Bisericii Ortodoxe Române, p. 3)