La ley del Evangelio y los mandamientos de Dios no requieren un esfuerzo extraordinario para su cumplimiento, ni son cosas imposibles de realizar; de hecho, el cumplimiento de los mandamientos de Dios trae felicidad, no infelicidad. El hombre sufre cuando siente odio, cuando siente celos, cuando siente maldad. Pero muchos preferimos odiar en vez de amar.

Cuando te compadeces del necesitado, experimentas una gran felicidad, porque lo has llenado de alegría a él también. Tenía hambre, pero tú se la saciaste. O tenía frío, y tú le diste abrigo. O estaba preso, y tú fuiste y pagaste para que lo dejaran libre. Todos estos actos no son difíciles de realizar, y después te sientes inmensamente feliz por haber participado en el bienestar de tu semejante. ¡Ese es exactamente el camino de Dios!

(Traducido de: Părintele Efrem Athonitul, Despre credință și mântuire, tradusă de Cristian Spătărelu, Editura Bunavestire, Galați, 2003, p. 11)