Para vivir desde ya como en el Cielo
El Señor se nos ofrece incesantemente y sin reservas, y quiere que nosotros hagamos lo mismo. ¡No nos damos cuenta de que nuestra reticencia nos separa de Él y del Reino de los Cielos!
Padre me interesa saber cómo alcanzar esa atención, esa concentración... ¿Debe el hombre cultivar el silencio al orar, al presentarse ante el Señor? ¿Como deberíamos ‟callar” ante Dios?
—Los Santos Padres dicen que la oración requiere de una vida completamente libre de preocupaciones. Pero solemos orar con la mente en mil sitios. No nos abandonamos a la voluntad del Señor, sino que aún creemos que debemos preocuparnos por todo y que el Señor tiene demasiadas ocupaciones con el mundo entero, con todo el cosmos. “¿Es posible que piense en nosotros?”; preguntarse algo así significa tener una fe muy débil y que no tenemos confianza. Pero el Señor piensa en todo. Lo que tenemos que hacer es ver en Él. Veamos lo que dice: “Esta es la Vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a Tu Enviado, Jesucristo” (Juan 17, 3). Esto significa que cada suceso, aún el más ínfimo acontecimiento del que seamos parte, demuestra siempre la Providencia de Dios y Su cuidado. Nada en el cosmos tiene lugar sin Su providencia y Su permiso. Todo lo que es noble y excelso es siempre disposición de Dios.
Todo lo que vemos que es caótico, Dios sabe por qué lo permite y hasta qué punto lo permite. Debemos creer que Él está siempre presente. ¡Si viviéramos de esta manera, es decir, sintiéndonos siempre y en todo lugar en presencia del Señor, haríamos todo con todo el corazón! ¡Acordémonos que todo lo que hacemos no es para los hombres, sino para Dios! Cada actividad es divina, es de Dios. Es decir que debemos dejar de sentir esa reticencia. Mientras mantengamos esa reticencia en nosotros, no seremos dignos del Reino de los Cielos. El problema es que somos reservados y limitados en todo lo que hacemos. ¡Parece que nos cuesta entregarnos sin reservas! Pero el Señor se nos ofrece incesantemente y sin reservas, y quiere que nosotros hagamos lo mismo. ¡No nos damos cuenta de que nuestra reticencia nos separa de Él y del Reino de los Cielos!
Por eso, debemos practicar desde aquí la vida celestial, siendo fieles y obedientes a la voluntad de Dios, sea lo que sea que pase con nosotros. Debemos aprender a aceptar todo como proveniente de las manos de Dios, sin pensar en nada más. ¿Qué hacer con todo lo que nos rodea? Él sabe bien qué podemos y qué no podemos soportar, qué permitirá que enfrentemos y qué no permitirá que venga a nosotros. Él sabe si seremos capaces o no de enfrentar determinada tentación. Él permite que las tentaciones vengan a nosotros, para que podamos vencerlas en paz y, posteriormente, cuando venga otra tentación semejante, simplemente ignorarla, porque no querremos ser parte de ella y rechazaremos implicar nuestro “aparato pensante” en dichos sucesos. Todos los acontecimientos de nuestra vida tienen su curso normal, y nosotros solemos enredarnos en ellos, descuidando nuestra paz interior y entrometiéndonos donde no debemos. Cuando el Señor permite algo, dicho suceso sigue su propio curso. Si ya hemos alcanzado la paz interior, esa tentación pasará a nuestro lado sin tocarnos. Pero, si participamos en ella, sufriremos mucho.
(Traducido de: Starețul Tadei de la Mânăstirea Vitovnița - Pace și Bucurie în Duhul Sfânt - Editura Predania)