Pidámosle a Dios que nos ayude a ver todo lo que hay en nuestro interior
“No sé qué sucede conmigo, padre, pero, aunque oro mucho, mi alma no está en paz. He examinado con minuciosidad mi mente, pero no encuentro en dónde pude haber errado. Por favor, padre, dígame qué puedo hacer…”
Me acuerdo de una señora a quien conocía muy bien, porque muchas veces me había ofrecido su ayuda incondicional para atender a las personas con problemas graves que venían a buscarme. Era una mujer extraordinaria, muy devota y siempre dispuesta a servir a los demás. Un día, yo no sabía cómo ayudar a un muchacho que sufría de una fuerte adicción a las drogas. El caso es que aquella señora se ofreció a hospedar al chico en su casa durante seis meses, hasta que hubiera superado la fase crítica de dicha dependencia y fuera capaz de reintegrarse en la sociedad. Gracias a Dios, el “tratamiento” funcionó, porque el muchacho logró salir adelante y, después de conseguir un buen trabajo, se casó, y ahora es el orgulloso padre de tres lindos hijos. Sirva todo esto para explicar el respeto y la admiración que a lo largo de los años he cultivado por la mencionada señora.
Un día, fue ella quien vino a buscarme, y me dijo:
—No sé qué sucede conmigo, padre, pero, aunque oro mucho, mi alma no está en paz. He examinado con minuciosidad mi mente, pero no encuentro en dónde pude haber errado. Por favor, padre, dígame qué puedo hacer…
En un primer momento, no supe qué responderle, porque la admiración que sentía por aquella piadosa mujer me impedía concebir que estuviera atravesando una situación como esa. No obstante, Dios vino en mi auxilio y me inspiró estas palabras:
—No basta con examinarnos a nosotros mismos, basándonos en nuestro propio juicio, sin descubrir en nosotros culpa alguna. Tenemos que analizarnos a la luz de los mandamientos de Cristo, para comprobar cómo quiere Él que seamos. Dicho esto, lo que tiene que hacer usted es clamar: “¡Señor, purifícame de las cosas ocultas que hay en mí!”. Así es como tiene que orar y el Señor le mostrará en dónde está el problema.
—Bien, padre —dijo ella con un suspiro de alivio.
Tres días después, vino nuevamente a buscarme, y me dijo:
—Ahora lo sé, padre. ¡El Señor me enseñó en dónde estaba mi falta!
Y me confesó todo.
Desde luego que alguna vez había leído ese versículo (Salmos 18, 13), pero nunca antes lo había citado, ni siquiera me había detenido a pensar en él. Pero Dios me lo reveló justo en aquel momento, para poder aconsejar a esa persona.
(Traducido de: Arhimandritul Zaharia Zaharou, Adu-ți aminte de dragostea cea dintâi (Apocalipsa 2, 4-5) – Cele trei perioade ale vieții duhovnicești în teologia Părintelui Sofronie, Editura Doxologia, Iași, 2015, pp. 345-346)