Por qué no es bueno quejarse y refunfuñar tanto...
El quejica es lento para trabajar y jamás experimenta entusiasmo alguno, porque además es perezoso.
El que por todo se lamenta, a todo se opone. El quejica es lento para trabajar y jamás experimenta entusiasmo alguno, porque además es perezoso; y es que la pereza y los lamentos siempre van de la mano. Así, todo el que sea ocioso caerá en cualquier maldad, como dice la Escritura: “El perezoso, al ser enviado al camino, un león es en las sendas y asesino en los callejones”. El que se queja siempre discute: si se le ordena hacer algo, refunfuña y tienta a los demás, diciéndoles. “¿Por qué esto?”, “¿Por qué aquello?”, “¡Esto no es de ninguna utilidad!”. Si es enviado a alguna parte, dice que algo malo podría pasarle. Si se le despierta para cantar el Salterio, se enfada; si se le envía a la vigilia, argumenta que le duelen la cabeza y el estómago. Si le aconsejas, dice: “Aconséjate a ti mismo, y conmigo que sea lo que Dios quiera”. Si le enseñas algo, dice: “¡Si tan sólo supieras todo lo que yo sé!”. Nunca hace nada solo, sino siempre con la ayuda de otros. Todo lo que hace es torpe y necio, porque torpe es también en la virtud.
El que por todo se queja, cuando hay que descansar se goza, y al sufrir llora. Se regocija comiendo y le cuesta ayunar. El plañidero y el perezoso se acostumbran también a murmurar y saben hablar de más. Son astutos y hábiles con la lengua. En verdad, el plañidero siempre juzga a los demás. Cuando tiene que hacer alguna buena obra, se llena de pesadumbre. No es un buen anfitrión, es falso en el amor e impetuoso en la enemistad. Por eso, hermanos, no nos quejemos cuando algo se nos mande hacer, ni protestemos ni nos justifiquemos, haciendo parecer que sabemos más que los otros.
(Traducido de: Sfântul Efrem Sirul, Cuvinte şi învăţături vol I, Editura Bunavestire, Bacău, 1997, pp. 83-84)