¿Por qué nos creemos los jueces de los demás?
“Cuando juzgas a tu semejante por algo que hizo, también tú eres juzgado con él por esa misma acción. Juzgar y condenar son cosas que no nos atañen a nosotros, sino solamente a Dios, el Gran Juez, Quien conoce nuestro corazón y las pasiones latentes en nuestro ser”.
No juzgues a tu semejante, ni siquiera cuando lo veas pecando. El Señor dice: “No juzguéis y no seréis juzgados” (Mateo 7, 1). Y el Apóstol Pablo: “¿Quién eres tú para juzgar al criado ajeno? Que se mantenga en pie o que caiga es algo que importa sólo a su amo; pero se mantendrá en pie, pues poderoso es el Señor para sostenerlo” (Romanos 14, 4). ¿Por qué juzgamos a nuesros hermanos? Porque no nos esforzamos en conocernos a nosotros mismos. Cuando alguien se preocupa en conocerse a sí mismo, deja de observar lo que hacen los demás. ¡Condénate a ti mismo y dejarás de juzgar a los otros!
Puedes juzgar la mala acción, pero no a quien la comete. Tenemos que considerarnos siempre los más pecadores del mundo. Asimismo, tenemos que perdonar todo el mal que nos hagan los demás y odiar solamente al demonio, quien los seduce para actuar así.
A veces sucede que nos parezca que alguien ha cometido una mala acción. Sin embargo, en realidad esa acción puede ser algo bueno, porque ha sido realizada con una buena intención. La puerta del arrepentimiento permanece abierta para todos y no sabemos quién será el primero en pasar por ella… ¿tú o ese a quien condenas?
Dice San Antioco: “Cuando juzgas a tu semejante por algo que hizo, también tú eres juzgado con él por esa misma acción. Juzgar y condenar son cosas que no nos atañen a nosotros, sino solamente a Dios, el Gran Juez, Quien conoce nuestro corazón y las pasiones latentes en nuestro ser”.
(Traducido de: Un serafim printre oameni – Sfântul Serafim de Sarov, traducere din limba greacă Cristian Spătărelu, Editura Egumenița, 2005, p. 345)