¡Primero la obligación, luego viene el regocijo!
Cuando hacemos algo para el bien de otra persona, lo hacemos también por nuestro propio bien, porque no es posible que, haciendo algo por otro, no nos quede nada a nosotros. Esta es la felicidad cristiana, cuando nos convertimos en trabajadores de alegrías. Así, somos felices, haciendo felices a otros.
Las siguientes palabras deben ser tomadas muy en cuenta: ¡primero es la obligación, luego viene el regocijo! No podemos comprender en nuestras almas toda la felicidad que Dios nos da.
La bendición que el sacerdote da a los novios, en la Boda, utiliza la siguiente expresión: “Dales, Señor, la alegría de Santa Elena al encontrar la Venerable Cruz”. Nosotros no conocemos esa alegría, pero la Iglesia la utiliza como punto de comparación para establecer una alegría verdadera, una alegría por medio de la cruz, una alegría de familia que se hace plena por medio de la cruz, con esfuerzo, con dolor, con disciplina. La felicidad cristiana es mucho más alta que la alegría natural.
Así dice el Apóstol Pablo: “Nosotros somos obreros de la alegría” (II Corintios 1, 24). Para serlo en verdad, debemos hacer algo por el bien de los demás; Cuando hacemos algo para el bien de otra persona, lo hacemos también por nuestro propio bien, porque no es posible que, haciendo algo por otro, no nos quede nada a nosotros. San Atanasio el Grande dice que, “El que unge a otro con aromas, huele también agradablemente”, es decir, se beneficia del olor que da a los otros. Esta es la felicidad cristiana, cuando nos convertimos en trabajadores de alegrías. Así, somos felices, haciendo felices a otros.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniţi de luaţi bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 24-25)