Palabras de espiritualidad

¡Qué bueno es tener un corazón abierto para todos!

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Las visitas frecuentes al médico espiritual nos ayudan directamente a mantener nuestra salud espiritual, que es lo más precioso en este mundo. El mundo entero no vale lo que un alma, porque todo lo material es temporal, en tanto que el alma no muere jamás.

Oremos por nuestros enemigos, por aquellos que se burlan de nosotros, por quienes nos ofenden y por aquellos nos incitan a pecar. Esto es lo primero que debemos hacer, porque, si no perdonamos, Dios tampoco nos perdonará a nosotros. En esto consiste el más vivo amor al prójimo, cuando oramos por el otro con todo el corazón, no por costumbre, como dice el Señor, sino con toda el alma. Perdonemos y amemos a nuestros enemigos, porque ellos son, definitivamente, los más grandes benefactores de nuestra alma. Aquel que nos tienta, nos ofende y nos causa un estado de infelicidad, deviene en instrumento del demonio, por una parte, pero también de Cristo, por la otra. Los Santos Padres dicen que él (nuestro enemigo) es instrumento de Jesús, ardiendo nuestro egoísmo y nuestro orgullo, justamente para que podamos sanar. Puede que quien nos ofende lo haga por maldad, pero lo que tenemos que hacer es injertar el olivo silvestre en uno que fructifique, y así daremos frutos de bien para nuestra vida. Por eso, es necesario aceptar a nuestros adversarios. [...]

Que cada mujer ore por su esposo y por sus hijos, y que cada hombre ore por su esposa y por sus hijos, para que, unidos en oración, todos podamos crecer en la vida espiritual.

Oremos en la mañana, haciendo también las postraciones que nos haya prescrito nuestro padre espiritual, y, si nuestro estado de salud nos lo permite, hagamos algunas más. Cada postración es una inclinación ante nuestro Dios, cosa que el demonio no puede hacer, porque es incapaz de arrodillarse, de postrarse, de adorar a Dios. Todos los hombres de Dios se postran ante Él y odian al maligno; por eso, las postraciones son tan importantes. Esforcémonos más, para que podamos recibir la recompensa prometida por Dios. Las pocas postraciones que hagamos se irán acumulando, poco a poco, en el Altar celestial. Y cuando lleguemos a ese lugar, las encontraremos multiplicadas. Esto nos ayudará en nuestra defensa cuando el estremecedor Juicio del Señor. Luego, no olvidemos nuestras oraciones de la mañana, porque es nuestro deber hacerlas, y estas iluminarán todo nuestro día, sea que trabajemos, estudiemos o salgamos de viaje. ¡No debemos olvidar jamás a Dios! Orando en la mañana, recibiremos Su Gracia, Su fuerza y Su bendición; así, acompañados por nuestro ángel custodio, podremos adentrarnos en la jornada que empieza. Entonces, acordémonos siempre de Él, con un “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí”. Invocándolo y pidiéndole perdón, Dios nos protegerá para que podamos volver con bien a nuestro hogar.

Otro aspecto importante es hacer todo con lucidez y discernimiento. Seguramente, en nuestro lugar de trabajo escucharemos toda clase de vulgaridades e improperios por parte de nuestros compañeros, porque hay muchas personas que, debido a sus propias pasiones, no piensan más que en las cosas pasajeras y perecederas, como los placeres mundanos. El hombre que ora no se interesa en nada de eso, no participa en nada de esas cosas y no las busca, sino que siente compasión por los demás y ora por ellos, para que Dios los ilumine y los ayude a librarse de esa asfixiante atmósfera espiritual, y así puedan venir a la pureza, la luz y el aire puro.

Si tenemos la costumbre de dormir un poco después de la comida, antes de tendernos postrémonos y elevemos algunas oraciones a Dios. También debemos acostumbrarnos a leer, tanto de día como en la noche, algunos pasajes del Nuevo Testamento, por lo menos un capítulo. San Juan Crisóstomo dice que el demonio huye de las casas en donde se lee la Biblia. Los días, los años y los siglos pasan como la sombra, y cada uno de nosotros caminamos hacia el final. La vida de cada persona es como un libro, y cada día es una página. Todos los libros tienen un final, como la misma vida del hombre, y cada página consigna distintas cosas, como los actos luminosos u oscuros de cada quien. Cuando la vida llega a su final, ese libro se abre ante Dios, y el hombre será juzgado con base a lo que ahí aparece escrito. Oremos todo lo que podamos, para que, al morir, no nos llevemos con nosotros un gran cúmulo de pecados grandes y pesados, sino pocos y leves. Los medios que la Iglesia pone a nuestra disposición, como la Liturgia, los oficios memoriales por los difuntos, las oraciones de absolución, los actos de caridad y otros más, nos pueden ayudar muchísimo, de manera que ninguno de los pecados “pequeños” que tengamos, porque nadie está libre de ellos, queden sin el perdón de Dios. Los que sí ponen en peligro inmediato nuestra salvación, son esos pecados que vamos acumulando en gran cantidad. Cuando, sin embargo, llevamos una forma de vida equilibrada, los pecados empiezan a ausentarse de ella. Vale mucho el ejemplo del paciente que, siendo visitado con frecuencia por el médico, observa a pie juntillas sus recomendaciones y así es como conserva su buena salud, en tanto que, si descuidara esos consejos, estaría poniendo en peligro su propia vida. Por eso, las visitas frecuentes al médico espiritual, bajo cualquier forma, nos ayudan directamente a mantener nuestra salud espiritual, que es lo más precioso en este mundo. El mundo entero no vale lo que un alma, porque todo lo material es temporal, en tanto que el alma no muere jamás. Un tropario de nuestra Iglesia habla de la vigilia. Es un cántico que entonamos después del oficio de la medianoche, especialmente en los monasterios, y dice: “¡He aquí que viene el Novio a medianoche! Bienaventurado el siervo que sea encontrado velando. Pero el que sea hallado distraído, indigno será”.

(Traducido de: Ne vorbeşte Stareţul Efrem Filotheitul, Meşteşugul mântuirii, Editura Egumeniţa, p. 101-104)