¡Que cada día logremos acercarnos un poco más a Dios!
Veneremos con toda el alma a los santos de cada día. Esmerémonos, según nuestras posibilidades, en imitarlos. Porque, haciendo esto, nos haremos dignos de heredar los gozos eternos y el Reino Celestial en Cristo, nuestro Señor.
—A estas flores espirituales —es decir, a los santos que parecen en el Sinaxario—, con un amor verdadero debemos honrarlas, por su amistad con Dios. Pero, de entre todos los santos, con fe y con un gozo inefable debemos exaltar a nuestra Señora, la Madre de Dios y siempre Virgen María, porque también de forma inefable, escuchando la palabra del arcángel, concibió, desde el Espíritu Santo, al Hijo y Palabra del Padre eterno, dándole a luz para la salvación de todos nosotros.
También decía el padre Neonilo Buzilă:
—Por favor, hermanos, reciban, llenos de amor y fervor, las oraciones de los santos que honramos en la Iglesia Ortodoxa, porque ellos son los mediadores de nuestra salvación en el Reino del Padre Celestial.
En otra ocasión, dijo:
—Hermanos, es nuestro deber recordar que cada día tenemos que cambiar espiritualmente, porque esta vida es demasiado corta.
También decía el stárets Neonilo:
—Renovémonos, hermanos, desvistiéndonos del hombre viejo, como dice el Apóstol, con nuestra contrición y una confesión correcta, para después ataviarnos con el hombre nuevo, con la práctica de las virtudes, para que, muriendo redimidos y preparados, después de que nuestras tiendas sean destruidas y levantadas de nuevo con el clamor de la trompeta final, nos hagamos dignos de recibir los frutos de nuestros afanes, festejando no una vez al año, sino todo el tiempo. No en tiendas y simples cabañas, como los hebreos, sino en aposentos que no fueron hechos por la mano del hombre.
Y agregaba:
—Veneremos con toda el alma a los santos de cada día. Esmerémonos, según nuestras posibilidades, en imitarlos. Porque, haciendo esto, nos haremos dignos de heredar los gozos eternos y el Reino Celestial en Cristo, nuestro Señor.
También exhortaba:
—Glorifiquemos con una fe auténtica a nuestro Verdadero Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. A Él presentémosle, no flores de las del mundo, que se marchitan, sino otras, perennes y ceslestiales. Es decir, los santos mártires que, como bellas rosas, se tornaron en rojo con la sangre que derramaron. También a nuestros piadosísimos padres, quienes, con su sudor y su denodada labor, hicieron que las almas crecieran mucho más que perfumados lirios.
En el otoño de 1852, el gran stárets Neonilo, sintiendo que se aproximaba el final de su vida en este mundo, le confió al metropolitano Sofronio Miclescu su testamento, acompañado de estas palabras:
“Muero enfadado conmigo mismo por haber llevado con indignidad el nombre de uno de los Apóstoles menores del Señor. Cesa aquí todo vínculo con Su Alta Eminencia y con todos los demás, hasta la Segunda Venida del Señor, triplicando y cuadriplicando mis lágrimas y mi indigna súplica de que no se olvide de mí y de esta hermandad. Bendiga mi viaje eterno, perdóneme, absuélvame y que Dios me conceda volver a vernos en el Reino del Padre Celestial, en la felicidad de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, y en la luz del don del Santísimo y vivificador Espíritu Santo. Amén”. NEONILO, Archimandrita y stárets de los Santos Monasterios Neamţ y Secu, 1853, octubre, 13”.
Al cabo de tres días, luego de haberse despedido afectuosamente de todos, entró con paz en el descanso eterno, siendo sepultado en el exonártex de la iglesia mayor.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 394-395)