Palabras de espiritualidad

¡Qué importante es para Dios nuestra pureza espiritual!

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¡Lávense, purifíquense! no me hagan el testigo de sus malas acciones, dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien.” (Isaías 1, 16).

Nuestro Buen Dios, con sus reprimendas no condenó a los adúlteros, a los desenfrenados, a los malhechores o ladrones (¡y no porque merecieran elogios!), sino a otros que eran ponderados por sus virtudes, como los fariseos (Mateo 23, 13-33): “¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes son como sepulcros bien pintados, que se ven maravillosos, pero que por dentro están llenos de huesos y de toda clase de podredumbre. Aparentan ser personas muy correctas, pero en su interior están llenos de falsedad y de maldad.” (Mateo 23, 27-28).

Dios, por medio del profeta Isaías (siglo VII a. C.), dirigiéndose al pueblo judío y a sus autoridades, les llamó “jefes de Sodoma, pueblo de Gomorra” (Isaías 1, 10). Les llamó “jefes de Sodoma”, asemejándolos a los inicuos jerarcas de Sodoma, y a los demás “pueblo de Gomorra”, equiparándolos con el pueblo vil de Gomorra. ¿Por qué?

Puede que sus cuerpos estuvieran limpios de iniquidades cometidas con otros hombres, de asesinatos, de desenfreno... pero sus almas estaban llenas de malicia: “¡Lávense, purifíquense! no me hagan el testigo de sus malas acciones, dejen de hacer el mal y aprendan a hacer el bien.” (Isaías 1, 16).

¡Tan importante es para Dios nuestra pureza espiritual!

(Traducido de: Arhimandrit Vasilios Bacoianis, Nu te mai suport! – Arta împăcării cu tine însuţi şi cu ceilalţi, traducere din limba greacă de Pr. Victor Manolache, Editura de Suflet, Bucureşti, 2011, pp. 23-24)

 

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