¡Que la muerte nos encuentre en virtud y oración!
Si la vida de alguien se prolonga, es que se trata de una persona de virtud; y si los días de otro llegan a su fin, es para que la maldad no transforme su mente o la perfidia no entre en su alma.
Todos vivimos y hacemos nuestra vida bajo la sombra de la muerte, porque la muerte no se halla sobre mares y territorios, sino al lado de cada uno de nosotros. Nos asustamos cuando nos enteramos que ha muerto alguien conocido, pero la decisión con respecto a nuestra propia muerte la postergamos para el momento en que nuestra lengua ya no pueda articular palabra alguna.
Nuestro Señor Dios —desde Su inmensa sabiduría—, por amor a nosotros dispone de todo y nos otorga lo que nos es necesario: si la vida de alguien se prolonga, es que se trata de una persona de virtud; y si los días de otro llegan a su fin, es para que la maldad no transforme su mente o la perfidia no entre en su alma. Así, nuestro Señor Dios, con verdadero amor, determina todo y a todos nos da lo que nos es de utilidad. Nuestro deber, así, es, tanto en uno como en otro caso, decir, con la sumisión de un niño: “¡Padre nuestro, que se haga Tu voluntad!”.
(Traducido de: Ne vorbesc Stareții de la Optina, traducere de Cristea Florentina, Editura Egumenița, 2007, pp. 204-205)