Un verdadero discípulo de Cristo le pide a Dios que perdone los pecados de sus semejantes, que regresen a Su heredad y ser él quien reciba el castigo que aquellos merecerían por sus pecados. El que ésto hace, deviene en pariente de Dios, Quien se conmueve por el inmenso y noble amor de Su hijo. Y, más allá del don que obra ante la petición de Su hijo, perdonando los pecados de los otros, le concede tener un final de mártir, de acuerdo a su perseverante petición. Al mismo tiempo, le prepara en el Cielo un hermoso y maravilloso palacio, así como una gloria enorme, porque muchos lo habrán juzgado superficialmente, creyendo que Dios lo castigaba por sus propios pecados.

(Traducido: Cuviosul Paisie Aghioritul, Viața de familie, traducere din limba greacă de Ieroschimonah Ştefan Nuţescu, Editura Evanghelismos, București, 2003, pp. 219-220)