La cruz representa, para nosotros —para los cristianos, para el pueblo que se persigna antes de hacer algo y antes de orar—, el amor supremo de uno por otro y el amor supremo de los hijos por su pueblo. La cruz implica llegar hasta la muerte misma, voluntariamente, por los demás.

Con la cruz, Cristo aceptó voluntariamente morir por nosotros, con tal de vencer a la muerte. Solamente aceptando voluntariamente la cruz, no a la fuerza, sino guiados por el amor supremo hacia los demás, podemos alcanzar la vida eterna y alzarnos a la perfección, uniéndonos con Cristo y ayudando a los demás a que hagan lo mismo. 

La cruz es la señal del amor entre nosotros y también la señal del amor de Dios hacia nosotros. Levantando estas cruces, manifestemos la decisión de amar nuestra nación, de amarnos los unos a los otros, de luchar por la unidad de nuestro pueblo, hasta la muerte.

(Traducido de: Părintele Sofian Boghiu, Smerenia și dragostea, însușirile trăirii ortodoxe, Ediția a II-a revizuită și adăugită, Fundația Tradiția Românească, București, 2002, p. 250)