El que ame más, ese avanzará con mayor fuerza hacia Dios y estará cerca de El. Cada uno será enaltecido de acuerdo a la medida de su amor. Y he entendido que el amor varía de acuerdo a su intensidad.

Hay quien le teme a Dios, evitando enfadarlo: esa es la primera forma del amor.

Hay quien mantiene su mente libre de malos pensamientos: esta es la segunda forma del amor, más grande que la primera.

Hay quien tiene la Gracia en su alma de forma sensible: esta es la tercera forma del amor, aún más grande que las anteriores.

La cuarta y perfecta forma del amor a Dios, es cuando la persona tiene la Gracia del Espíritu Santo en su alma y en su cuerpo.

El cuerpo de la persona, así, se santifica y después de morir se convierte en santas reliquias. Así ocurrió con los grandes y santos mártires, profetas y piadosos. Quien alcance esta medida será siempre libre del amor carnal. Podrá dormir en la misma habitación con una mujer, que ningún deseo aparecerá en él. El amor a Dios que hay en su interior es más fuerte que el deseo que siente todo el mundo, a excepción de aquel que tiene la Gracia de Dios, porque la dulzura del Espíritu Santo renueva al hombre entero y le enseña a amar a Dios plenamente. Por la perfección del amor divino, el alma queda intacta del mundo. Aunque el hombre viva en medio de los demás, por amor a Dios olvidará todo lo que hay en el mundo. Desfortunadamente, debido al orgullo que hay en nuestra mente, no perseveramos en esa Gracia y esta termina abandonando nuestra alma, y quedamos buscándola entre llantos y suspiros, diciendo: “¡Mi alma añora al Señor!”.

(Traducido de: Sfântul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, Sibiu, 2001, pp. 127-128)