Palabras de espiritualidad

¿A quién amo más? ¿A mí mismo o a mi prójimo?

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Olvidamos que quien se ama a sí mismo más que a los otros, no vive de acuerdo al espíritu del Evangelio. También Cristo, si hubiera pensado solamente en Sí Mismo, se habría quedado en el Cielo y no hubiera venido al mundo a sufrir, a ser crucificado, a salvarnos.

Padre, hoy vi a un anciano que sufría subiendo los peldaños de la iglesia y, aunque mucha gente pasó a su lado, nadie se detuvo a ayudarle.

—"Un sacerdote bajaba por aquel camino; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo... Igualmente un levita, que pasaba por allí, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo”. ¿Tienen justificación? No sé... ¡talvez nunca escucharon la parábola del Buen Samaritano! ¿Qué puedo decir? Nos amamos a nosotros mismos, pero no amamos a los demás. El amor a uno mismo siempre termina venciendo al amor por nuestro prójimo, por eso nos comportamos con egoísmo. Pero olvidamos que quien se ama a sí mismo más que a los otros, no vive de acuerdo al espíritu del Evangelio. También Cristo, si hubiera pensado solamente en Sí Mismo, se habría quedado en el Cielo y no hubiera venido al mundo a sufrir, a ser crucificado, a salvarnos.

Hoy, en mayor o menor medida, la mayoría están llenos de amor propio, y carecen del espíritu de abnegación. Todos piensan primero: “¡Que no me pase nada malo a mí!”. ¡Nadie podría imaginarse cuánto me duele la situación del mundo actual! Cuando estuve internado en el hospital, recuerdo que un día uno de los enfermos tuvo que ser cambiado de pabellón. Había allí un enfermero, quien, a pesar de ser el obligado a ayudar al paciente, se negó a hacerlo. “No puedo, me duele la espalda”, dijo con indiferencia. ¡Qué falta de humanidad! Entonces, otra enfermera, madre de dos niños y en los primeros meses de su tercer embarazo, acudió con diligencia, en compañía de otra, y así lograron trasladar al enfermo. No pensó en sí misma. ¡Dejó por un lado el hecho de estar encinta, con tal de ayudar a quien lo necesitaba! Cuando veo a alguien que padece, que ya no tiene fuerzas, pero que se sacrifica en servir a los demás, ¡qué alegría tan grande siento! ¡Una felicidad enorme! Mi corazón se estremece. Me siento un pariente suyo, porque también él es un pariente de Dios.

(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Ed. Evanghelismos, București, 2007, p. 38)