Palabras de espiritualidad

¿Quiénes son los pobres de espíritu?

    • Foto. Silviu Cluci

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La pobreza espiritual, es decir, la compunción del corazón, es una cualidad de las mejores mentes que ha tenido el mundo. Es la conciencia de tu propia nimiedad ante Dios, de tu propia suciedad e indignidad ante la pureza de Dios, de tu completa dependencia del infinito poder del Señor.

«“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos”, dijo el Señor. Estas palabras te confunden. Y tu desconcierto proviene del hecho de que confundes la debilidad mental de los individuos que no se han desarrollado bien, con la pobreza que Cristo encomia.

La pobreza espiritual, es decir, la compunción del corazón, es una cualidad de las mejores mentes que ha tenido el mundo. Es la conciencia de tu propia nimiedad ante Dios, de tu propia suciedad e indignidad ante la pureza de Dios, de tu completa dependencia del infinito poder del Señor.

El rey David dijo de sí mismo: “no soy sino un gusano, y no un hombre”. Esto no siginifica que él tuviera una mente endeble: al contrario, todos sabemos que la suya era una mente privilegiada y genial. Su hijo, el sapientísimo Salomón, escribió: “confía en el Señor con todo tu corazón, y no pongas tu esperanza en tu propia razón”. Esto es justamente lo que significa ser pobre de espíritu: confiarte plenamente a Dios, y desconfiar de ti mismo.

Bienaventurado es aquel que es capaz de confesar sin falsedad: “Mis fuerzas no son nada, mi entendimiento es limitado, mi voluntad es débil… ¡Ayúdame, Señor!”.

Pobre de espíritu es el santo que, a semejanza del Santo Apóstol Pablo, puede decir: “¡Yo no sé más que de Cristo!”.

Pobre de espíritu es el erudito que, como Newton, reconoce que su ignorancia es infinitamente mayor que su conocimiento.

La pobreza de espíritu es el opuesto perfecto a la soberbia y la vanagloria. Nuestro Señor Jesucristo quiso protegernos de la absurda soberbia y la peligrosa vanidad, cuando elogió a los pobres de espíritu. ¡La paz y el gozo del Señor queden contigo!».

(Traducido de: Episcopul Nicolae VelimiroviciRăspunsuri la întrebări ale lumii de astăzi, Editura Sophia, București, 2002,  pp. 41-42)