Recomendaciones de un monje para el comportamiento del cristiano en la iglesia
¡Qué doloroso es que nosotros mismos despreciemos lo más santo que tenemos, la iglesia, la cual nos fue heredada por Cristo! El mismo Señor dice: “Mi casa será llamada casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de bandidos!” (Mateo 21, 13).
El padre Vicente solía decirles a sus hijos espirituales:
—¡Qué necedad incurable, esa de jurar frente al altar de Cristo y frente a toda la comunidad, que vas a vivir toda la vida practicando la más perfecta de las obediencias, con paciencia, absteniéndote de beber y de cualquier otro apetito o deleite carnal! Y digo esto, porque sucede que, desde el día en que hiciste ese juramento, empiezas a rechazar la idea de someterte y a buscar la forma de romper tu propia promesa, volviendo con insolencia a lo que eras antes. Pero no olvides que, en el Día del Juicio, esa promesa incumplida se convertirá en tu acusador más implacable. No olvides que no solamente rendirás cuentas de lo que hayas hecho contigo mismo, sino también de lo que hayas hecho con tus semejantes a los que indujiste a pecar, como dice el Señor: “¡Ay de aquel hombre por quien el escándalo viene!” (Mateo 18, 7).
También decía:
—A nuestro Señor Jesucristo nadie lo vio riendo jamás, pero llorando lo vieron todos, y a menudo. Pero no lloraba por él, sino por el mundo extraviado en el desierto del pecado, ahí donde moran los enemigos de la humanidad, quienes incansablemente buscan a quién atrapar, porque son como fieras salvajes que ansían engullir a los que se han perdido en esos parajes desiertos.
Sobre los que hablan en la iglesia, decía:
—Hablar, hacer bromas y reír en la iglesia son pecados en contra del Espíritu Santo, es decir, en contra de los poderes divinos, porque significa despreciar la santidad del lugar y también es causa de pecado para los demás. Tristemente, esas cosas tan desagradables se han convertido en una costumbre para muchos fieles.
¡Qué doloroso es que nosotros mismos despreciemos lo más santo que tenemos, la iglesia, la cual nos fue heredada por Cristo! El mismo Señor dice: “Mi casa será llamada casa de oración. ¡Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de bandidos!” (Mateo 21, 13).
Por otra parte, en lo que respecta al ayuno, les enseñaba lo siguiente a sus discípulos:
—Sin ayuno, es decir, sin abstinencia de la comida, la bebida, los pensamientos y las malas acciones, ningún mortal podría ser capaz de llevar una vida monacal como tal, en soledad, en pureza carnal absoluta y con una perfecta paz de conciencia. Un cuerpo alimentado y descansado se impone, inexorablemente, al espíritu, sofocando la conciencia y cayendo víctima de un sinfín de pecados.
Otras veces, decía lo siguiente:
—Hermanos, ¡hablar y bromear en la iglesia es como echarse a reír ante un sepulcro!
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 572-573)