Reemplacemos el regaño con la oración
No intentemos tranquilizar a los demás, si antes no tenemos paz en nuestra alma. No intentemos hacer humildes —con palabras— al egoísta y al necio, sino con nuestra propia oración y humildad, porque, si insistimos, con más fuerza se opondrán y nosotros terminaremos fatigados.
Los que atraviesan un estado de ira y turbación y, aún así, fuerzan situaciones para ofrecer bondad y paz espiritual a los demás, se asemejan a un viento fuerte que golpea y amenaza el mar con olas de espuma, levantándolas a gran altura, tratando de tranquilizarlo... pero consiguiendo, únicamente, hundir a todas las embarcaciones navegantes y ancladas en el puerto.
No intentemos, por ejemplo, tranqulizar a los demás, si nosotros mismos no tenemos paz en nuestro interior, en nuestra alma. Tampoco esperemos que nuestro padre espiritual nos hable con suavidad, si no nos hemos reconciliado con esa persona a la que hemos herido u ofendido, conociendo nuestro error. Tampoco nos justifiquemos al confesarnos, porque con ésto sólo nos recargamos más la consciencia.
Al que es humilde y sensible, no lo reprendamos con severidad, porque se puede llenar de más cargas que las que le corresponden por su error, resintiéndose.
No intentemos hacer humildes —con palabras— al egoísta y al necio, sino con nuestra propia oración y humildad, porque, si insistimos, con más fuerza se opondrán y nosotros terminaremos fatigados.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Epistole, Editura Evanghelismos, p. 154)