Renunciando a nuestra voluntad por medio de nuestro padre espiritual
Puedes ser como David y, sin embargo, ignorar tus propios pecados y faltas. En esto radica la necesidad de tener un padre espiritual.
Cuando viajamos de noche en esta vida terrenal, no es el sol quien nos ilumina. Sin embargo, recibimos, por reflejo, su luz desde la luna. En el monte Sinai, de los 600.000 israelitas allí reunidos, sólo Moisés recibió la luz de Dios, pero él, posteriormente, la proyectó sobre el pueblo entero. Por eso es que hay quienes, debido a su estado vicioso y pecador, no pueden ser guiados sino sólo por Dios y de forma directa, necesitando de un consejero, de un pastor. Nadie podría negar que David fue uno de los más inspirados poetas y profetas; con todo, no supo ver su crimen y desenfreno hasta que el profeta Natán se los hizo evidentes. Asi pues, debemos ser como Moisés para que podamos recibir los mandamientos de Dios directamente; de lo contrario, estaremos imitando a David, ignorando nuestros propios errores. He aquí la necesidad de tener un guía espiritual.
Los ancianos del Patherikón, quienes podían reconocer las artimañas del maligno y quienes tenían una enorme experiencia en lo referente a renunciar a la propia voluntad, por medio del padre espiritual, nos dejaron las más claras directrices en este sentido. Así, ellos dijeron: “Si vieras a uno, joven, subiendo al Cielo por su propia voluntad, tómalo del pie y hazlo descender, porque no es algo bueno lo que hace”. “Si alguien ejecutara las cosas de Dios, siguiendo su propia voluntad, no para Dios las está haciendo; si actuara así por ignorancia, habrá de venir al camino de Dios. Y si no buscara el consejo de los ancianos, sino continuara con su actitud, se miente a sí mismo y difícilmente vendrá al camino de Dios”.
(Traducido de: Arhimandrit Paulin Lecca, Adevăr și Pace, Tratat teologic, Editura Bizantină, București, 2003, pp. 98-99)