Repartiendo trozos de corazón entre cosas inútiles
Debemos evitar aferrarnos a las cosas del mundo, para que no nos “arrebaten” el corazón.
Padre, ¿es siempre malo desear algo?
—No, los deseos del corazón no son malos en sí mismos. (Son malos) sólo cuando las cosas, aún sin estar manchadas por el pecado, me quitan un trozo de corazón y debilitan mi amor por Cristo. Entonces sí que se trata de deseos perniciosos, porque el maligno aprovecha para quitarme parte de mi amor por Cristo. Cuando deseo algo precioso, por ejemplo, un libro, y siento que una parte de mi corazón se queda con él, es algo malo. ¿Por qué un libro tendría que robarme un pedazo de corazón? ¿Deseo ese libro, o suspiro por Cristo? Cualquier deseo, por bueno que parezca, no es mejor que anhelar a Cristo o a la Madre del Señor. Cuando le entrego mi corazón a Dios, ¿es posible que Él no se me entregue por completo? Dios le pide su corazón al hombre: “Dame, hijo, tu corazón” (Proverbios 25,26). Si el hombre le da su corazón, Dios le dará lo que ame su corazón; eso sí, siempre y cuando no se trate de algo dañino. Sólo cuando se lo ofrecemos a Cristo no desperdiciamos nuestro corazón, y solamente en Cristo podríamos encontrar el rico vínculo con el abundante amor divino en esta vida, y en la otra, que es eterna, la felicidad divina.
Debemos evitar aferrarnos a las cosas del mundo, para que no nos “arrebaten” el corazón. Al contrario, aprovechemos las más simples, pero solamente en tanto nos sean de utilidad. Pero es importante que se trate de cosas sobrias. Si deseo algo bello, significa que le estoy entregando mi corazón, sin dejarle un sitio a Dios. Digamos que, caminando por la calle, ves una hermosa casa con muros de mármol, amplias ventanas, esculturas en el jardín, etc. Todo eso, las piedras, los ladrillos y los cristales te maravillan, y les entregas tu corazón. O supongamos que entras en una tienda y te quedas prendado de unos anteojos que te vendrían perfectamente. Si no los compras, tu corazón se quedará con ellos en la tienda. Si los compras, aferras tu corazón a los anteojos que utilizas. Hay que reconocer que las mujeres caen más fácilmente en esta trampa. Pocas son las que no venden sus corazones a cosas inútiles. Lo que quiero decir es que el demonio les roba la riqueza de sus corazones, valiéndose de toda clase de cosas mundanas, refulgentes, coloridas. ¿Necesita un plato nuevo? Buscará el más elegante, adornado con flores. ¡Como si la comida se estropeara en un plato más sencillo...! Algunas mujeres muy devotas se sienten sobrecogidas por cosas aparentemente serias, como un águila con dos cabezas, por ejemplo. Y después se preguntan: “¿Por qué no nos conmueven las cosas espirituales?”. ¿Cómo conmoverte, si tu corazón está repartido entre muebles y lozas de porcelana? No tienes corazón, solamente carne, en cuyo interior late un tic-tac mecánico, como un reloj, sólo para que puedas moverte y caminar. Y es que una parte de tu corazón está con una cosa, otra con quién sabe qué más, y para Cristo ya no te queda lugar.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovniceşti, vol. I - Cu durere şi dragoste pentru omul contemporan, Editura Evanghelismos, Bucureşti, 2003)