Palabras de espiritualidad

¡Señor, ten piedad de mí, porque soy un pecador!

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

No se trata de una meditación para escapar del estrés, sino de una humilde oración dirigida a nuestro Señor.

Orar en verdad significa permanecer con tu mente en presencia del Señor, es decir, abrirte completamente a Cristo, estando en comunión con Él desde lo más profundo de tu ser. El Santo Apóstol Pablo dice que el Espíritu Santo nos enseña a orar, con suspiros demasiado profundos como para expresarlos con palabras (Romanos 8, 26). A decir verdad, aún no he llegado a ese nivel. Me falta mucho. Todavía necesito de palabras para que, al orar, mi mente no se distraiga. Por eso, las palabras simples de la “Oración de Jesús” son tan amadas por la Ortodoxia: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”. Cada vez que hagamos algo que no requiere de una concentración mental especial, podemos repetir la “Oración de Jesús”. Si no hay nadie a nuestro alrededor, podemos hacerlo incluso en voz alta, sin molestar a ninguno. Podemos dedicar cinco o diez minutos para nuestras oraciones personales de la mañana o de la noche. No es una teología abstracta, sino una motivación que nos pone en el lugar adecuado ante el Señor.

Con esta oración en nuestros corazones, pidamos la ayuda de Cristo, confesando nuestras faltas. No debemos repetirla como si se tratara de una fórmula o como si intentáramos influir en Dios con ciertas palabras mágicas. No, debemos orar desde el corazón, con una concentración máxima. Le hablamos directamente al Señor, con la intensa humildad del publicano, quien, a diferencia de aquel osado y hablador fariseo, apenas si podía golpearse el pecho y pronunciar: “¡Apiádate de mí, que soy un pecador, oh Dios!” (Lucas 18, 9-14). Quien repite la “Oración de Jesús” de esta manera, es una persona que crece en el conocimiento de Dios, acercándosele. Sí, el hombre utiliza palabras y esas palabras son legítimas. Aunque el fin no son las palabras en sí mismas, para la mayoría de nosotros son necesarias para poder concentrar nuestra mente y abrir nuestro corazón a la humildad y la contrición.

Si intento estar en paz, orando sin palabras incluso por unos pocos minutos, mi mente se distrae terriblemente. No soy un experto en la “Oración de Jesús”, pero la considero muy útil para quien quiera permanecer ante Dios de la mejor manera posible. Si nos dirigimos a Él con humildad y arrepentimiento, sentiremos Su fuerza y Su presencia en nuestra vida. Nuestra alma se volverá más sensible a Su labor, y Él responderá a nuestro llamado pidiéndole auxilio. No se trata de una meditación para escapar del estrés, sino de una humilde oración dirigida a nuestro Señor.

(Traducido de: Pr. Prof. Philip LeMasters, Credinţa uitată. Vechi adevăruri din Răsăritul creştin pentru creştinii contemporani, Traducere din engleză MĂDĂLIN ENCIU, Editura Doxologia, Iași, 2016, pp. 59-62)