Palabras de espiritualidad

Ser activo en Dios

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

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Y este es el verdadero camino hacia la felicidad eterna; en todo lo demás quedan sólo las huellas de la muerte.

Ser activo en Dios y con Dios se otorga a los niños (Mateo 18, 3-11) y a los que están “locos” por Dios, como el gran Pablo (I Corintios 4, 8-10). Éste escribió, sobre sí mismo: “Pero al tener a Cristo consideré todas mis ventajas como cosas negativas. Más aún, todo lo considero al presente como peso muerto, en comparación con eso tan extraordinario que es conocer a Cristo Jesús, mi Señor. A causa de Él ya nada tiene valor para mí, y todo lo considero como polvo mientras trato de ganar a Cristo. Y quiero encontrarme en él, no teniendo ya esa rectitud que pretende la Ley, sino aquella que es fruto de la fe de Cristo, quiero decir, la reordenación que Dios realiza a raíz de la fe. Quiero conocerlo; quiero probar el poder de su resurrección y tener parte en sus sufrimientos; y siendo semejante a él en su muerte, alcanzaré, Dios lo quiera, la resurrección de los muertos. (Filipenses 3,7-11). Pablo cumplió con el testamento del Señor, que dice, “Esto vale para ustedes: el que no renuncia a todo lo que tiene, no podrá ser discípulo mío. ” (Lucas 14, 33).

Abandonando todo lo que había que abandonar, en el plano de la existencia creada por Dios, para afirmar, “Los que creen, esos son los hijos de Abraham y son benditos con él (Gálatas 3,7-9,11). Así pues, debemos seguir el ejemplo de nuestro padre espiritual, Abraham, “tomemos el cuchillo y, llevando nuestras antorchas, subamos a un lugar alto, para ofrecer en sacrificio a Dios, lo que nos sea más querido”. Entonces escucharemos, “Ahora te conozco... y, bendiciéndote, te santificaré (Génesis 22). Y este es el verdadero camino hacia la felicidad eterna; en todo lo demás quedan sólo las huellas de la muerte. Únicamente con la condición “hasta el final” (Juan 13,1), para el creyente. Seguir a Cristo nos abre elevados parajes de nuestra propia naturaleza y nos hacemos dignos de recibir el Evangelio en su dimensión eterna. La decisión de “abandonar todo” (Mateo 19, 27-30) nos conduce al paso entre el tiempo y la eternidad, mientras comenzamos a contemplar una realidad diferente, la de la Existencia inmortal, hasta ahora tan insondeable para nosotros.

(Traducido de: Arhim. Sofronie Saharov, Despre rugăciune, Editura Piatra-Scrisă, p. 64-65)



 

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