Si no nos reconciliamos con Dios, no podremos encontrar la paz verdadera
Dios quiso —y sigue queriendo— reconciliarlo todo consigo, por medio de Jesucristo, haciendo las paces con nosotros con la Sangre de Su Cruz (Colosenses 1, 20).
Nuestro Señor Jesucristo nos da una paz y una felicidad totales, porque Él le da al alma lo que necesita. Y lo que el alma necesita es, ante todo, escapar y aliviarse del peso de los pecados. Nuestro Señor nos da una paz completa, porque Él nos reconcilió con el Padre Celestial. Dios quiso —y sigue queriendo— reconciliarlo todo consigo, por medio de Jesucristo, haciendo las paces con nosotros con la Sangre de Su Cruz (Colosenses 1, 20). Esta es la verdadera paz. Aquí se encuentra la fuente de la paz genuina: nuestra reconciliación con el Padre Celestial, a través del Santo Sacrificio de Su Hijo.
Sobre esta paz decía el Apóstol Pablo: “En nombre de Cristo les rogamos: ¡déjense reconciliar con Dios!” (II Corintios 5, 20). En el nombre de Dios nuestro Señor, te pido yo también, querido lector, que te reconcilies con Él, por medio del Sacrificio Santo de Su Hijo, porque sin esta reconciliación nunca podrás tener una paz verdadera.
(Traducido de: Preot Iosif Trifa, Mai lângă Domnul meu, Editura Oastea Domnului, Sibiu, 2003, p. 27)