Siete consejos para estos tiempos de pandemia
En estos días nos enfrentamos a una situación que no nos pertenece, pero que debemos tratar con mucha seriedad. El mundo entero es azotado por la enfermedad, sí, pero no debemos renunciar a luchar contra este enemigo invisible. Es el momento de unirnos más que nunca, esperanzados y convencidos de que hay vida también después del coronavirus. Sólo de nosotros depende cómo hacer frente a este período tan difícil.
Por ejemplo, el creyente no le teme a la muerte ni se deja guiar por el temor. El buen cristiano es consciente del hecho de que hay algo más importante que la salud: tener una relación viva con Dios. Él no nos abandonará jamás, sino que nos acompaña paso a paso, tanto en tiempos de paz como en los de tribulación, como las circunstancias que vivimos actualmente.
Al mismo tiempo, debemos estar muy atentos a lo que sucede a nuestro alrededor, respetando las recomendaciones de las autoridades, para atravesar estos difíciles momentos con dignidad, con la mente dirigida a Dios y con el alma llena de fe.
La Iglesia Ortodoxa Rumana insta a todos los fieles a permanecer en casa, a orar mucho más y a seguir los oficios litúrgicos por televisión u online. Hay tres categorías de fieles: los que vienen a la iglesia únicamente en la Pascua, para recibir la Luz, los que se acercan con menor frecuencia a la casa del Señor, y aquellos para quienes la vida de la Iglesia es su vida misma.
Como sacerdote, siempre he exhortado a nuestros feligreses a seguir estos tres grandes consejos espirituales: confesarse y comulgar con asiduidad, orar sin cesar y no faltar a la iglesia. Y así sus almas serán salvadas. Bien, hoy en día, en estos momentos de pandemia, aliento a los fieles (especialemente a los más vulnerables) a que se queden en casa. A pesar de todo, la vida en la Iglesia sigue adelante, y nuestras oraciones fervientes tendrían que elevarse ahora con más fuerza. La iglesia es un hospital de almas, un lugar para sanar, un espacio en el que la Gracia desciende sobre todo el pueblo ortodoxo.
Le damos gracias a Dios porque, hasta el instante en que escribo estas líneas, ninguno de nuestros connacionales ha muerto por causa del nuevo virus, y esto se debe también a que en decenas de miles de iglesias y monasterios, el verdadero tesoro de nuestra ortodoxia, se oficia la Divina Liturgia día tras día. Las plegarias de todos nosotros llegan hasta Dios, y Él, por Su gran amor a la humanidad, nos protegerá, tal como lo ha hecho a lo largo de la historia de nuestro pueblo.
Lo esencial es no dejarnos abrumar por el pánico. El escritor francés Honorato de Balzac lo dijo con unas palabras muy bellas: “La muerte te mata una vez, pero el miedo te mata cada día”. Aún más, San Paisos el Hagiorita nos hace este llamado: “No te enfades ni te entristezcas por aquello que no puedes cambiar”. Cierto es que no podemos cambiar esta situación, sino estar atentos a ella con dignidad y pedirle a nuestro Buen Dios que podamos superarla.
A continuación les daré una lista de consejos para enfrentar más facilmente este período tan duro:
1. ¡No temamos!
«El ángel les dijo: “¡No temáis!”» (Lucas 2, 10).
A Su vez, nuestro Señor Jesucristo pronunció muchas veces el llamado: «¡No temáis!». «Cuando vieron a Jesús, que caminaba sobre el mar y se acercaba a la barca, se asustaron. Él les dijo: “¡Soy yo, no tengáis miedo!”» (Juan 6, 19-20); «¡Levantaos y no tengáis miedo!» (Mateo 17, 7); «No tengáis miedo; id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán» (Mateo 28, 10).
«¡Atrévanse! Yo he vencido al mundo» (Juan 16, 33), dijo también Jesús. El temor proviene de una fe débil: «¿Por qué tembláis, hombres de poca fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma» (Mateo 8, 26); «Pedro, al ver la fuerza del viento, se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó: “¡Sálvame, Señor!”» (Mateo 14, 30).
Así pues, el buen cristiano, conociendo la acción protectora/gratífica de Dios en su vida, no tiene por qué temer y mucho menos por qué transmitirles a sus propios hijos esa emoción negativa. “Ahí en donde hay santidad, también hay valor”, dice San Juan Crisóstomo.
En lo que respecta al período que atravesamos, es importante que seamos conscientes de la importancia de cuidar nuestro propio estado de ánimo. Los científicos han descubierto que, en cada caso de enfermedad, el 50% corresponde al estado orgánico propiamente dicho, y el otro 50%, al estado psíquieo. Hay personas que, al enterarse de que tienen cáncer, se dejan abatir por la noticia y, sin poder ver el futuro con optimismo y esperanza, renuncian a luchar con tan cruel enfermedad.
Dicho lo anterior, es importante guardar nuestra fuerza interior, porque el coraje recibido en nuestros corazones de parte del Espíritu Santo nos ayudará a vencer todas las pruebas en nuestra vida.
2. ¡Seamos responsables!
Nuestra salvación significa responsabilidad. Es el momento de informarnos correctamente, apelando únicamente a las fuentes oficiales. La propagación de rumores y noticias falsas no hace otra cosa que sembrar pavor entre nuestros semejantes.
Gracias a Dios que las autoridades de nuestro país cumplen con su deber moral ante el pueblo, se implican activamente en la gestión de la situación creada por la pandemia e informan constantemente a la población. ¡Qué importante es todo esto! A lo largo de los siglos, la humanidad se ha enfrentado con incontables situaciones de este tipo: guerras, plagas, desastres naturales y, cada vez, la salvación ha venido por parte de Dios.
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3. ¡Pensemos en nuestros semejantes!
Nuestro Señor Jesucristo nos ordenó: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Marcos 12, 31). Dicho de otra manera, debemos pensar en nuestros semejantes como en nosotros mismos.
Así, para proteger a quienes nos rodean, y también a nosotros mismos, es importantísimo permanecer en casa. No constituye ningún pecado no asistir a la iglesia en estos días. Dios conoce mejor el alma de cada quien y entiende el estado en que nos hallamos actualmente.
Podemos sintonizar los oficios litúrgicos desde nuestra casa, tanto por televisión —en el canal del Patriarcado, Trinitas TV— como en la radio o en diversas páginas de internet, por ejemplo, Doxologia. Lo importante es ser “pacientes en el sufrimiento” (Mihail Sadoveanu) y orar constantemente. ¡Transformemos nuestra casa en una pequeña iglesia! ¡Ardamos cada día un poco de incienso, mantengamos encendida nuestra lamparilla y escuchemos cánticos religiosos! La Gracia del Señor estará en nuestros hogares y nos llenará de paz.
En estos días me llamó una conocida desde Suecia y me dijo, llena de regocijo: “¡Padre, hoy fuimos a la Catedral de Bucarest!”. “¿Cómo?”, le pregunté, sorprendido. “Todos en la casa nos vestimos como en los días más importantes y pusimos la Divina Liturgia en directo por el canal del Patriarcado”.
Si, con todo, hay alguien que quiera venir a la casa del Señor, en la entrada de cada iglesia encontrará una mesita con desinfectante para las manos. Luego de encender una candela, cada uno puede salir al exterior de la iglesia, guardando una distancia prudente con quienes le rodean. No olvidemos que Dios escucha las oraciones de todos, sin importar el lugar donde nos encontramos. Él está presente en todas partes, en nuestros corazones y en todo lo que nos rodea.
4. ¡Que nuestros hogares sean verdaderos oasis de paz!
¡En todo este tiempo que vamos a pasar en familia, intentemos convertir nuestros hogares en auténticos oasis de paz! Mantengamos la paz, elijamos leer juntos algunos capítulos de la Biblia, oremos mucho, recitemos la Paráclesis a la Madre del Señor o algunos de los Salmos; todo esto nos ayudará a avanzar con más facilidad en este ascenso hacia la Resurrección.
Aún más, compartamos más y mejor con nuestro/nuestra cónyuge y con nuestros hijos, evitando las discusiones, las riñas y cualquier clase de tensión. Una gran ventaja de este período de auto-aislamiento es el descanso de nuestras largas y tediosas jornadas de trabajo.
Pensemos en nuestra vida, en lo que hemos hecho bien o no tan bien. La sociedad de consumo nos ha ido empujando a otros valores y nos ha robado el tiempo, de tal cuenta que tendríamos que alegrarnos por esta pausa para compartir con nuestros seres queridos, en nuestro propio hogar.
5. ¡No juzguemos!
Nuestro Señor Jesucristo dijo: «No juzguéis y no seréis juzgados» (Mateo 7, 1).
Hoy, más que nunca, nos vemos tentados a juzgar a aquellos que han sido golpeados por este terrible virus, haciéndolos sentirse miserables. Pero es que debemos ser conscientes de que no se enfermaron por culpa suya. Culpable es solamente aquel que sabe que es portador del virus y, por inconsciencia o falta de amor hacia sus semejantes, lo oculta.
Juzgar a los demás nos oscurece el corazón y la mente, transformándonos en personas frías, hurañas, temerosas y llenas de sospechas. Lo mejor es no buscar culpables, sino mantener la lucidez y confiar en nuestro Buen Dios. Sustituyamos ese juicio con amor y, así, nuestra vida cambiará radicalmente para bien.
6. ¡Seamos humanos!
¡Elijamos practicar los valores cristianos! La solidaridad, la compasión, el altruismo y el amor son esenciales en tiempos de pandemia y en cualquier otra circunstancia.
Si ocurre que cerca de nuestro hogar hay alguna persona en cuarentena por esta enfermedad, hagamos un gesto de compasión y solidaridad cristianas, dejándole en la puerta lo que necesite (comida, medicamentos). Es una oportunidad para ofrecerle algo de lo poco que tenemos al que sufre. «Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcazarán misericordia» (Mateo 5, 7).
Además, los exhorto a acompañar cada gesto de ayuda al prójimo con mucha oración por él, amándolo y siendo pacientes. La enfermedad no nos elige por nuestra posición social, nuestros estudios o nuestra edad: todos somos iguales ante ella.
7. ¡Oremos sin cesar!
Unámonos en oración y repitamos una y otra vez: “¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros y de Tu mundo!”. Haciendo esto, le estaremos pidiendo a Dios que cuide de nosotros, que nos proteja y que fortalezca nuestras almas y cuerpos enfermos.
¡La oración común abre los cielos! Oremos sin cesar por los que sufren y también por los médicos, esos ángeles bienhechores que cuidan de los enfermos, aún arriesgando su propia vida.
Estemos convencidos de que Dios no nos abandonará jamás. Él es bondad, amor y perdón. “¡Dios está con nosotros!”.
«¿Si se acepta de Dios el bien, ¿no se ha de aceptar el mal? (...) El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó. ¡Bendito sea el nombre del Señor» (Job 2, 10; 1, 21).