Sobre el propósito del hombre como ser racional
Solamente él examina el cielo y las profundidades del firmamento, buscando a su Creador.
1. Sobre el propósito del hombre como ser racional.
Al crear al hombre desde Su propia bondad, Dios quiso fundar en este mundo el Reino del amor y la libertad, que debía convertirse en libertad moral por medio de la correcta utilización de sus fuerzas morales, conscientes y activas, para que aquel se hiciera imagen de Dios. Y en verdad así debia ser el hombre, porque solamente un ser moral podría restaurar en este mundo el Reino del amor y la libertad. Si el hombre no fuera un ser inteligente e independiente, sino uno irracional y esclavizado desde un punto de vista moral, dependiente de su naturaleza y sus necesidades, sería un animal como todos los demás y no tendría ningún propósito. Se movería en el círculo vicioso del instinto, en el cual no hallaría ningún ningún progreso, ningún desarrollo espiritual y ninguna forma de avance moral, terminando como una bestia sin propósito, sin misión. Pero esto no sucedió, porque la vida de la humanidad confirma que el hombre es un ser racional e independiente, destinado a hacerse libre moralmente, desarrollado en lo intelectual y lo moral, teniendo como mentores en su vida tanto la revelación divina como la revelación natural, es decir, su sentido moral y la historia de la humanidad misma.
El hombre es realmente un ser superior. Solamente él examina el cielo y las profundidades del firmamento, buscando a su Creador [1], solamente él tiene anhelos infinitos, solamente él vive para un mundo ideal, sólo él tiene pensamientos morales y sentimientos morales, sólo él busca conocer a todos los seres, sólo él escribe su propia historia, sólo él hace inmortal su nombre, sólo él busca su propia misión, sólo él vive para la eternidad, sólo él vive para alzarse al Dios con Quien se esfuerza en unirse.
2. El propósito del hombre es contribuir a la restauración, en el mundo, del Reino del amor y la libertad.
Ya que el sentido de la personalidad está indisolublemente vinculado a la comunión y el amor recíproco, significa que el hombre tiene como objetivo el promover el Reino del amor y la libertad, y contribuir a la restauración del Reino de Dios en el mundo. El Reino de Dios existe allí en donde los seres racionales —como criaturas libres, desde un punto de vista moral— se relacionan entre sí, y se hallan unidas por medio del amor fraterno, sabiendo que Dios reina entre ellos. Y le conocen a Él, le aman, le sirven, cumplen con Su voluntad, “que es buena, agradable y perfecta”[2], y se le someten como a un Rey y Dios. Con esto, el hombre se adecúa a su naturaleza, habiendo sido creado según la imagen de Dos. Él le ha dado diferentes poderes espirituales y un cuerpo dotado de distintas ventajas y una extraordinaria capacidad para realizar sus actividades. Por medio de su espíritu se emparenta con el mundo de los espíritus, eleva su pensamiento hasta Dios y habla con Él. Así, por medio de esta comunión espiritual, se hace partícipe del más alto Bien, al que está llamado a realizar en comunión con sus semejantes. Por medio de sus fuerzas espirituales, el hombre se muestra soberano de las criaturas y somete bajo sus pies a la creación entera.
Con su espíritu, se hace capaz de realizar cualquier idea, y la destreza de su cuerpo demuestra esa capacidad de materializar todos sus pensamientos. Dios le da todos los medios para el bien de su vocación moral y su propósito moral.
A partir de esto se nos muestra el alto propósito del hombre, su superioridad en la creación del Reino de los vivos y su vocación moral, que se observa no solamente en las acciones del espíritu, sino también en las del cuerpo.
Más allá de la postura vertical del cuerpo, el mismo rostro del hombre da testimonio de sí mismo como soberano de lo natural, teniendo la más alta misión. Sólo en la unidad de su alma racional con un cuerpo semejante, el hombre podría utilizar la palabra, ese don maravilloso del divino Creador para expresar los pensamientos propios y las inspiraciones que vienen del Espíritu Santo. Entre los órganos del cuerpo, la mano es la que promulga, maravillosamente, su alto propósito, mostrándose acorde con el trabajo libre para el servicio de los pensamientos y las voluntades del hombre. Por eso, cuando el hombre crea, da forma y ordena todo según su voluntad, le pone a todo el sello de su señorío y funda el reino de su dominio, del cual se muestra un señor moral.
(Traducido de: Sfantul Nectarie de Eghina, Morala creștină, carte în curs de tipărire la Editura Doxologia)
[1] Salmos 138, 8.
[2] Romanos 12, 2