Sobre la voz de la conciencia
El juicio o conciencia es el ojo con el que Dios ve al hombre y el mismo ojo con el que el hombre puede ver a Dios. Como lo veo a Él, así me ve Él también, así siento que me ve. Es, entonces, una mirada recíproca.
Es un grito mudo, una serena llamada, la cual oyes, sabiendo que te viene de adentro, pero también más allá de tí, desde Dios. El mismo vocablo conciencia significa “conocer algo compartidamente”. Y los que saben algo juntos, de igual manera, son Dios y el hombre. En consecuencia, ese pensamiento o conciencia es el ojo con el que Dios ve al hombre y el mismo ojo con el que el hombre puede ver a Dios. Como lo veo a Él, así me ve Él también, así siento que me ve. Es, entonces, una mirada recíproca.
Los vicios, la mala voluntad y, sobre todo, los pecados —principalmente el no tomar en cuenta este clamor— se aglomeran cual capas de escamas sobre ese ojo, impidiéndole expresarse libremente, de tal forma que al final apenas se le escucha. Cuando esto sucede, también Dios se desvanece de nuestro ojo y nos parece que Él no existe más. Por causa de nuestros pecados, la parte humana de nuestra conciencia se enferma. Explicado ésto podemos entender por qué se ha oscurecido tanto Dios en el ojo de los pecadores, de tal forma que llegan a considerar, en la maldad de la ausencia de fe que los ha inundado, que sólo hasta ahora han logrado alcanzar la “verdad”.
La voz de la conciencia, siendo también el apogeo de Dios en Sus hijos, por Su naturaleza no podrá ser apagada mientras dure nuestra vida terrenal. Una y otra vez nos seguirá llamando, delatándonos frente a Dios y frente a nosotros por todos nuestros pecados y si no nos reconciliamos con este acusador, mientras andemos junto a él, como viajeros en esta vida (Mateo 5, 25), tenemos la promesa de Dios que Él va a escuchar su inculpación, dándole la razón y nos enviará a los tormentos del infierno.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca - Mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, p. 67-68)