Palabras de espiritualidad

Solamente Él puede darnos la paz del alma

  • Foto: Lucian Ducan

    Foto: Lucian Ducan

Ni bien empezamos a llamarle, Él viene con “misericordia y compasión” (Salmos 102, 4) y atiende las peticiones de quien ora, disipando las nubes de la tristeza y llenando el corazón con la luz de los buenos pensamientos.

Acudamos, con nuestras oraciones fervientes y nuestras lágrimas, a Aquel que puede salvarnos de la muerte del pecado. Y veremos cómo el enemigo de nuestras almas huye en el acto. Porque los mismos Salmos dicen: “Invócame en el día de la angustia, te libraré y tú me glorificarás” (Salmos 49, 15)¿Te hirió el enemigo? El Señor te ha sanado. ¿Te perturbó? Pero Aquel que le dijo al mar: “¡Cállate, tranquilízate!” (Marcos 4, 39) también ha calmado los pensamientos que te han azotado como las olas del mar. Y, ¡oh qué bendición!, ni bien empezamos a llamarle, Él viene con “misericordia y compasión” (Salmos 102, 4) y atiende las peticiones de quien ora, disipando las nubes de la tristeza y llenando el corazón con la luz de los buenos pensamientos. ¿Y qué más no hará Él? Si “se humilló a Sí Mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz. (Filipenses 2, 8). “¿Cómo no nos dará gratuitamente con Él todas las cosas?” (Romanos 8, 32). Por eso, hermanos, perseveremos sirviéndole con tesón, alzándonos cada vez que caemos, acudiendo al esfuerzo y el sacrificio.  Sabiendo que al final de la lucha nos espera una corona. Por lo tanto, valgámonos más de la confesión, pues la confesión es un freno para no pecar. Valgámonos de la humildad, porque con ella rompemos las flechas encendidas del maligno (Efesios 6, 16). Valgámonos de la fe, porque sin fe es imposible agradar a Dios (Hebreos 11, 6).

Tal vez tengamos dudas de cómo, a pesar de luchar tanto, aún nos vemos atrapados por toda clase de pensamientos impuros. Pero todo esto lo sufrimos por causa de la caída de Adán: “Reinó la muerte desde Adán hasta Moisés aun sobre aquellos que no pecaron con una transgresión semejante a la de Adán” (Romanos 5, 14) y nuestra naturaleza enfermó gravemente, por amor a los placeres. Luego, con la venida de Cristo, con el baño de la restauración y la renovación del Espíritu Santo (Tito 3, 5), al fortalecerse nuestra naturaleza, hemos vuelto al estado primigenio. Pero, habiéndose enfermado una vez, aprendió a padecer y, de ahí, fácilmente se deja caer en el amor por los placeres. Sin embargo, los santos se fortalecieron tanto en el temor y en el amor de Dios, que no les bastó su propia seguridad, sino que extendieron la mano también a otros, para expulsar a los demonios y obrar decenas de miles de milagros. Pero nosotros, aunque estemos lejos de su modo de vida, al menos, en la medida de lo posible, hermanos míos, esforcémonos en imitarlos. Y nuestro buen Dios recibirá nuestra pequeña ofrenda, del mismo modo en que recibió las grandes hazañas de Sus santos, y junto con ellos nos dará Su Reino, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a Quien sea la gloria y el poder, junto con el Padre y con el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

(Traducido de: Sfântul Teodor Studitul, Catehezele micitraducere de Laura Enache, Editura Doxologia, Iași, 2018, pp. 476-477)

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