También oramos por la salud de nuestros hermanos
Hay muchos que oran: “¡Señor, ayúdame a no enfermarme, a no convertirme en una carga para mis hijos, mis nietos, mis familiares!”. La misma Iglesia ora primero por la salud de las personas, y después por su salvación.
¿Qué es el anquilosamiento, la parálisis? Es cuando los músculos ya no cumplen su función. Cuando este fenómeno tiene lugar, la persona ya no puede mover los dedos, el cuello, la cabeza, las piernas; no puede hablar, no puede comer. Y son los demás quienes la trasladan de un lado a otro, la llevan, la traen. Y, aunque cueste reconocerlo, se convierte en una carga para los suyos. Es un hecho conocido que la enfermedad, sobre todo cuando es grave o crónica, resulta mucho más difícil de sobrellevar para la familia que para el enfermo mismo.
Por eso es que hay muchos que oran: “¡Señor, ayúdame a no enfermarme, a no convertirme en una carga para mis hijos, mis nietos, mis familiares!”. La misma Iglesia ora primero por la salud de las personas, y después por su salvación.
Observemos con atención: “¡Por su salud y su salvación!”. No decimos: “Por su salvación y su salud”. ¿Por qué? Porque el estado de salud es un estado de contento y gratitud, y da a estos miembros del Cuerpo de la Iglesia, que somos nosotros, la posibilidad de alabar a Dios, de cumplir Su voluntad y, en definitiva, de ser agradables a Él.