¿Tan difícil es acercarse al Sacramento de la Confesión?
Así empezó su confesión aquel chico: “¡Padre, soy un gran pecador! ¡El más pecador de entre los hombres!”. ¡Eso es confesarse! Tener el convencimiento de ser el más pecador de todos.
Recuerdo que un día una madre trajo a su hijo a confesarse. Asiéndole fuertemente del brazo, consiguió hacerle entrar al pasillo; luego, aferrándose a la manija de la puerta, la mujer comenzó a llamar: “¡Padre, finalmente lo hice venir! ¡Padre, se lo encomiendo!”. Semejante escena me hizo llorar. No podía creer que una madre, con tanto coraje, después de haberle parido una vez, quisiera alumbrar nuevamente a su hijo, a través de las manos del sacerdote. Y cogía con fuerza la manija de la puerta, mientras con la otra mano sujetaba a su hijo, para impedirle que saliera corriendo. Cuando el muchacho entró a mi celda, gruesas gotas de sudor le bajaban por el rostro. Se veía que sentía como si la tierra fuera a tragárselo, creyendo que un padre espiritual es como una persona con alas, algo completamente extraordinario. El chico estaba completamente anodadado. Me le acerqué y con suavidad lo invité a tomar asiento a mi lado. Empezamos un breve diálogo, pero no sobre la Confesión. Cuando una persona que apenas ha tenido contacto con la iglesia viene a confesarse, usualmente en pocos instantes se vuelve mansa como un cordero. Y uno, como confesor, siente como si se avergonzara del rubor que experimenta la persona en aquel momento. No es tanto que sienta que tú eres un “súper-hombre”, sino que en su interior hay alguien, una serpiente que le atormenta: “¿Qué estás haciendo aquí? ¡No le cuentes todo! También el cura tiene sus pecados, también él es un hombre como tú, no le cuentes todo!”, pero, ante la Cruz, ante el ícono, la persona se vuelve tan mansa, que pareciera que se trata de un recién nacido. Bien, confesé a aquel muchacho y creo que algo cambió en su vida desde aquel momento. Porque es el Espíritu Santo quien obra en la persona, no nosotros. Así empezó su confesión aquel chico: “¡Padre, soy un gran pecador! ¡El más pecador de entre los hombres!”. ¡Eso es confesarse! Tener el convencimiento de ser el más pecador de todos.
(Traducido de: Părintele Ioanichie Bălan, Spovedania Taina Împăcării, Editura Doxologia, p.10)