Tender la mano al alma de nuestro prójimo
¡Conduzcamos a los demás a la iglesia, al padre espiritual, a Cristo! No se trata de dar únicamente dinero o regalos, sino en “dar” a Cristo, Quien es más importante y valioso que todo eso.
Practiquemos diariamente la caridad espiritual, porque muchas veces no tendremos cómo dar otro tipo de ayuda (material). ¿En qué consiste la caridad espiritual? En visitar a algún enfermo, o a una anciana, o a alguien que está atravesando un momento difícil, y leerle algún texto de los Santos Padres o un pasaje del Evangelio, o sencillamente orar con esa persona, entonando algún acatisto o la Paráclesis a la Madre del Señor. Con esto, no solo estarás elevando tus plegarias a Dios, sino que también la otra persona se alegrará por haber compartido juntos ese momento de oración. Luego, hermanos y hermanas, seamos generosos, pero no valiéndonos del dinero, sino sin él, porque es más grande la caridad espiritual. ¿Cómo practicarla? Consolando al que está triste, visitando al enfermo, obsequiando un libro religioso o una crucecita de madera, o llevando un sacerdote a la casa de algún pariente tuyo —tu esposo, o tu esposa, o tus hijos, o tu padre—, para que pueda confesarse, sobre todo si lleva mucho tiempo sin hacerlo.
En verdad, ayudar a que se confiese alguien que tiene mucho tiempo sin acercarse a este sacramento es un acto de inconmensurable caridad. Es como ayudar al otro a lavarse, a reconciliarse. O exhortarlo a que vaya a la iglesia el domingo, en vez de trabajar ese día; o animar a alguien a que vaya a visitar a un pariente enfermo que está hospitalizado, o instar a tu hermano a que se reconcilie con su esposa o sus hijos.
¡Conduzcamos a los demás a la iglesia, al padre espiritual, a Cristo! No se trata de dar únicamente dinero o regalos, sino en “dar” a Cristo, Quien es más importante y valioso que todo eso. Estos son algunos actos piadosos que todos podemos realizar.
(Traducido de: Mi-e dor de Cer, Viața părintelui Ioanichie Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2010, p. 521)