Testigo de los milagros obrados por una santa muy querida
En verdad, sería imposible enumerar todos los milagros obrados por Santa Parascheva, pero si hay algo seguro, es que cada uno de esos prodigios ha quedado atesorado en los corazones de los fieles.
Además de los sacerdotes que ofician regularmente en la Catedral Metropolitana, en estos días de fiesta patronal también somos convocados a participar los párrocos de las distintas iglesias y monasterios del Arzobispado de Iași. De esta manera, he tenido la bendición de “velar” varias veces al lado del cofre con las reliquias de Santa Parascheva, y he sido testigo del amor con que ella recibe a cada fiel. Aquí he podido ver y escuchar el dolor, las lágrimas, las súplicas y toda clase de tribulaciones; siendo testigo de todo eso como servidor de Dios, es inevitable unir tu corazón a las plegarias de los fieles que se acercan a implorar la intercesión de la Santa. Y es que, ciertamente, ella nunca ha rechazado el “dulce sacrificio” de recibir a cada peregrino tal como es, con su propia forma de ser, ofreciéndole a cada uno auxilio y bendición.
No pocas veces me ha sorprendido la forma en que muchas personas —incluso algunas que abiertamente reconocen que no tienen ninguna relación con la Iglesia— vienen y sienten la presencia de la Santa. Muchas de esas personas encienden ese fervor en su interior, y parten con el deseo de vivir una vida más espiritual, más profunda.
Desde luego, también hay personas que únicamente se limitan a permanecer en silencio, por unos segundos, ante las reliquias, pero creo que, tarde o temprano, también ellas desearán cultivar una relación más cercana con Dios. También resulta interesante ver cómo sienten la presencia viva de la Santa, aquellos que vienen por pura curiosidad o simplemente para ver si se cargan con alguna “energía”. Ella, con la Gracia recibida de Dios, transmite amor y protección, y, de esta manera, nos demuestra que es necesario nuestra alma, porque es lo más importante que tenemos.
En las largas horas que he permanecido a un costado de las reliquias de la Santa, he presenciado no solamente oraciones susurradas y acompañadas de lágrimas fervientes, sino que también he recibido plegarias escritas en algún trozo de papel. Un día, por ejemplo, recibí un papelito con peticiones, que al tacto se sentía muy caliente… en ese mismo instante sentí que Santa Parascheva aceptaba con agrado las súplicas de aquel fiel. Realmente es grande el misterio de quienes se acercan a venerar las piadosas manos de la Santa, porque, además de su propio dolor, presentan el de otros, quienes también se hallan enfrentando el sufrimiento o la tribulación. Muchas personas se acercan no solamente a pedir la intercesión de Santa Parascheva, sino también a agradecerle por su auxilio; algunos vienen llorando de gratitud, otros le presentan un ramo de flores. He conocido almas convertidas que vienen a agradecerle por haberlas ayudado a conocer a Dios, de manera que ahora se sienten como parte de la familia de la Santa.
Los sacerdotes que permanecemos junto a las reliquias de la Santa, no solo guiamos a los fieles, sino que también ayudamos a mantener el orden, porque, a menudo, el hombre de nuestros días no consigue sacudirse la agitación y el ruido del mundo por un momento. No obstante, reconozco que me ha alegrado mucho ver fieles de todas las edades y ocupaciones, quienes se acercan a orar con gran fervor y alegría por encontrarse con una santa a la que quieren tanto. Y todos parten llenos de una paz que queda grabada por mucho tiempo en sus rostros.
En verdad, sería imposible enumerar todos los milagros obrados por Santa Parascheva, pero si hay algo seguro, es que cada uno de esos prodigios ha quedado atesorado en los corazones de los fieles. Muchos vienen a pedir solamente que haya paz en sus corazones, otros piden tener las fuerzas necesarias para enfrentar el día siguiente… Pero todos, absolutamente todos, buscan sentir que tienen a alguien a su lado cuando vienen las aflicciones. ¡Y no es poca cosa tener a Santa Parascheva cuidando de ti todo el tiempo! (P. Ambrozie Ghinescu)