Tu casa es también la de Dios
“Tal como el orfebre pone el oro al fuego para que se purifique y brille con fuerza, así también Dios permite que las almas de los hombres enfrenten distintas pruebas, hasta que se acrisolen y se purifiquen.”
Era de noche, y toda la familia estaba reunida alrededor de la mesa para cenar. Sin embargo, el papá parecía abatido y preocupado, en tanto que la mamá lloraba en silencio, cubriéndose el rostro con las manos. La más pequeña de las hijas, conmovida por la escena, se acercó lentamente y le preguntó a su madre:
—Mamá, ¿por qué lloras?
—Mi pequeñita... Estamos pasando una por situación muy difícil, porque nos hemos quedado sin dinero. Así que, para poder vivir, tuvimos que vender esta linda casita... Mañana tendremos que mudarnos a otro sitio más pobre. Por eso es que lloro, porque duele dejar este maravilloso lugar, en donde hemos vivido en paz por tantos años, para mudarnos a quién sabe qué lugar…
—Pero, mamá, ¿es que Dios no vive también en ese lugar pobre a donde nos vamos a mudar?
Asombrados por la fe de la niñita y de la enorme verdad que acababa de decir, los padres entendieron que, en esta vida, las preocupaciones y cargas de todo tipo rodean el alma del hombre, pero la fe y la esperanza deben siempre mantenerse en pie, porque solamente con ellas es posible atravesar con facilidad el arduo camino de la vida.
“Tal como el orfebre pone el oro al fuego para que se purifique y brille con fuerza, así también Dios permite que las almas de los hombres enfrenten distintas pruebas, hasta que se acrisolen y se purifiquen.”
“Tal es la razón por la cual las pruebas de Dios son de gran beneficio para el alma.”
(Traducido de: Leon Magdan, Cele mai frumoase Pilde şi povestiri creştin-ortodoxe, Editura Aramis)