Un acto de profunda humildad
Es nuestro deber llenarnos de amor y del Espíritu Santo, para poder irradiar a nuestro alrededor luz, calor, belleza y esos frutos que en algún momento tuvimos en el Paraíso.
Las aves, los animales y las personas viven en la oscuridad, mientras yo, si me hago luz, puedo sacarlos de la oscuridad, ayudándolos a que vean y no caigan más al foso. Pero si no me hago luz, sino que permanezco en la oscuridad, es mi culpa, y tengo que pedir perdón incluso a los pájaros.
Los pájaros y los demás animales soportan el frío, pero cuando aparece un santo con el calor del Espíritu Santo, que es como un sol, se llenan de ese mismo calor. En el Paraíso no existían la oscuridad, ni las espinas, ni el hambre, pero, debido al pecado del primer hombre, todas esas desgracias cayeron sobre las aves y los animales, que estaban libres de pecado.
Es así como cada uno es culpable frente a los demás, y por qué tenemos que pedir perdón hasta de la avecilla más insignificante. Y no solamente esto: tenemos el deber de llenarnos de amor y del Espíritu Santo, para poder irradiar a nuestro alrededor luz, calor, belleza y esos frutos que en algún momento tuvimos en el Paraíso y que los santos supieron compartirnos con su vida en pureza.
(Traducido de: Arhimandritul Paulin Lecca, Adevăr și Pace, Tratat teologic, Editura Bizantină, București, 2003, pp. 248)