Un ejemplo digno de imitar
¡Mi papá siempre invitaba a algún extraño a comer, como el patriarca Abraham! Siempre.
Voy a contarles un secreto, hermanos. Cada día, mi padre salía a la puerta, y cuando veía que se acercaba algún campesino pobre, lo detenía y le decía:
—¡Espera un momento!
—¿Por qué?
—¿Quieres comer algo?
Siempre había uno o dos convidados comiendo con nosotros. Algunas veces, mi mamá se enojaba un poco. Tenía que ponerle un poco más de agua caliente a la sopa. Y es que éramos muchos hijos.
—¿Cuántos hermanos eran, padre?
—Seis.
¡Mi papá siempre invitaba a algún extraño a comer, como el patriarca Abraham! Siempre. Permanecía en la puerta, viendo a la gente pasar, y llamaba a quien veía más necesitado. No a cualquiera. Al que venía a pie o en una carreta desvencijada, con los bueyes más escuálidos, a ese lo invitaba a pasar:
—¡Ven aquí!
Y el otro preguntaba:
—¿Qué quieres, hermano?
—¿Tienes hambre?
—¿Hablas en serio?
Entraba, comía bien, agradecía, y después volvía a sus actividades.
(Traducido de: Preotul Dimitrie Bejan, Bucuriile suferinței. Evocări din trecut, Cartea Moldovei, Chișinău, 1995, p. 95)