Un modelo de humildad
La Santísima Virgen María, por su humildad, enmendó la inclinación a la soberbia y el deseo de Eva de ser como Dios.
Admirable y sapientísimo es el cántico profético de la Madre de Dios: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios, mi salvador, porque se ha fijado en la humilde condición de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones” (Lucas 1, 46-48).
En primer lugar, ella enaltace a Dios porque le concedió la humildad, y Él, por esa misma humildad vino a ella. La Santísima Virgen María, por su humildad, enmendó la inclinación a la soberbia y el deseo de Eva de ser como Dios. Su Hijo y Dios, Cristo, “se humilló a Sí Mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz… tomando la condición de servidor, se hizo semejante a los hombres” (Filipenses 2, 7-8). Cristo, con Su humildad, enalteció a la Virgen María, haciéndola Su propia Madre. Con esto, le concedió una honra inconmensurable.
(Traducidode: Sfântul Ioan de Kronstadt, Spicul viu. Gânduri despre calea mântuitoare, traducere din limba rusă de Adrian Tănăsescu-Vlas, Editura Sophia, București, 2009, p. 118)