Un recordatorio sobre cómo tenemos que prepararnos para orar
¡Que no se nos olvide que, al orar, estamos ante Dios! Y Él entiende todo.
Al orar, tenemos la obligación de dominar nuestro corazón y volverlo al Señor. Es necesario que el corazón no sea frío, astuto, incrédulo, vacilante. De lo contrario, ¿para qué orar, para que ayunar? ¿Hay alguien que quiera escuchar el encendido reclamo del Señor: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mateo 15, 8)?
Así pues, no permanezcamos en la iglesia como unos débiles de alma, sino que cada persona arda con su espíritu, trabajando para el Señor. ¿O es que hay alguien que valore el bien que le hacemos frialdad, por simple costumbre? Pero Dios quiere justamente nuestro corazón. “Dame, hijo mío, tu corazón” (Proverbios 23, 26), porque el corazón es lo más importante que tiene el hombre, su vida misma. Aún más: el corazón es el hombre mismo. Por eso, quien no ore o no sirva a Dios con el corazón, es como si no orara, porque lo hace solamente con su cuerpo, el cual, en sí mismo, sin el alma, no es más que arcilla. Nada más. ¡Que no se nos olvide que, al orar, estamos ante Dios! Y Él entiende todo. Así, nuestra oración debe ser todo espíritu, toda sabiduría.
(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, În lumea rugăciunii, Editura Sophia, București, 2011, p. 9)