Palabras de espiritualidad

Una bellísima oración para pedirle al Señor el don de la paciencia

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

“Ven a donde sufrimos nosotros, los hombres. Reconcíliate con nosotros, transforma la faz de la tierra, apacigua el mar, calma los corazones y une en un solo pensamiento nuestras almas…”  

En mi trabajo de documentación oriental me encontré con un anciano luminoso, quien, a pesar de pertenecer a una confesión no-calcedoniana, se sentía profundamente fascinado por la Ortodoxia rumana. “Nuestro tesoro”, decía él, “está representado por los monasterios que mantuvieron encendida la candela de la fe correcta”.

Los grandes monasterios fueron los puntos de referencia de los fieles durante el régimen ateo. Fueron verdaderos centros de cultura y educación, cuando en las escuelas se nos inculcaba que los humanos descendemos de los primates africanos. Los monasterios fueron manantiales de espiritualidad para los sacerdotes de todas las regiones del país. En pocas palabras, los monasterios fueron todo para nuestra Ortodoxia. ¿Por qué? Porque en el seno de los monasterios ardieron los cirios de los grandes padres espirituales y sacerdotes de nuestro pueblo. ¿Cómo hablar de la Ortodoxia rumana, sin mencionar a los grandes Cleopa Ilie, Paisos de Sihla, Joanicio Bălan, Arsenio Papacioc, Arsenio Boca? ¿Falta algún nombre, al menos en lo que respecta a la región moldova? Sí, por lo menos, uno: el del padre Jacinto Unciuleac.

Difícilmente se puede hablar de todo lo que significa, para nuestro pueblo, el Monasterio Putna, sin mencionar a aquel que hizo que este tesoro de nuestra Ortodoxia sobreviviera durante los difíciles años del comunismo. Por eso, cuando se habla de este gran padre espiritual, decimos “Jacinto de Putna”, y no “Jacinto, el del Monasterio Putna”.

Muchas cosas del padre Jacinto han perdurado en el tiempo, más allá del recuerdo de su personalidad afable y paciente. Estudiando su biografía, hubo algo que me llamó poderosamente la atención: una oración. Muchas veces, los padres y los teólogos contemporáneos son algo reticentes cuando se trata de componer oraciones nuevas, afuera de los libros de culto y de oración con los que contamos en nuestra Iglesia desde hace mucho tiempo. Y tienen razón, porque para eso existen las llamadas Comisiones Litúrgicas.

Con todo, el padre Jacinto nos heredó una oración, una expresión de su alma buena. Una oración que es muy necesaria para nosotros, los cristianos del siglo de la prisa, porque se refiere a algo que perdemos día sí y día también: ¡la paciencia!

«¡Ven nuevamente a nosotros, Jesús! Enséñanos a salvarnos, enséñanos a ser pacientes. Muéstranos como cargar la cruz de la vida. Enséñanos a crucificarnos. Ven y sufre Tú por nosotros, crucifícate en nuestro lugar, prueba antes que nosotros el cáliz de la muerte, muéstranos el nuevo sendero a la salvación por medio del sufrimiento. ¡Ven mar adentro con nosotros, ven al corazón de cada hombre, ven al seno de cada familia! Ven a donde se unen la luz con la oscuridad, la vida con la muerte, la alegría con el sollozo, el pan con el polvo, la justicia con la mentira, la miel con la ponzoña, el amor con el odio, el vino con el vinagre, el tiempo con la eternidad. Ven a donde sufrimos nosotros, los hombres. Reconcíliate con nosotros, transforma la faz de la tierra, apacigua el mar, calma los corazones y une en un solo pensamiento nuestras almas. ¡Concédenos, Señor, la paciencia!».