Una invitación a examinarnos a nosotros mismos
El aspecto del hombre que sirve a Dios evidencia esa forma de vida superior, porque nos habla de Dios Mismo.
Examinémonos a nosotros mismos allí donde nos encontremos, para que podamos saber qué tenemos que hacer para estar donde tenemos que estar.
Se nos habla de un “libro de la vida”. Y, efectivamente, existe un “libro de la vida”, pero no fuera de nosotros, sino en nuestro interior. Cualquier persona puede leer en la fisionomía del otro, en sus rasgos personales, sus realizaciones interiores.
El aspecto del hombre que sirve a Dios evidencia esa forma de vida superior, porque nos habla de Dios Mismo.
Agustín de Hipona dice que “el padre del hombre ‘grande’ es el niño”, y tiene razón. Tiene razón, en el sentido de que el hombre “grande” hereda al niño. No es posible llegar a ser “grande”, si antes no se es pequeño. Si llegas a ser alguien grande, es que fuiste pequeño y has conservado en ti a ese pequeño que se hizo grande. Por su parte, el hombre “grande” atraviesa la vida y va acumulando distintas cosas que él mismo se ha preparado con su actitud, con su forma de ser, con todo eso que ha venido a formar parte de su ser.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniţi de luaţi bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, p. 170)