Una señal visible del amor de Dios...
La vida terrenal es un gran don de Dios. Es breve, sí, pero con ella podemos ganarnos la eternidad. “Poco es el esfuerzo, pero eterno el descanso”, decían los Padres.
Sería un error entender, a partir de la palabra del Señor, que el amor al prójimo consiste solamente en la caridad material. La caridad es una señal visible del amor a Dios y al prójimo, y, quien la practique, estará llenándose de virtud. Con la caridad, obtendrá también las demás virtudes. Y nos equivocaríamos si, viendo el enorme valor que el Señor le da a la caridad, creyéramos que todas las demás virtudes, como el martirio, la oración y el sacrificio serán pasadas por alto. Todo será sopesado y recompensado: nuestras acciones, palabras y pensamientos. Pero, en esa tasación tan grande, otorgada por Dios a unos actos tan simples, se esconde el misterio inmenso Su amor a los hombres.
Esto representa el precio más bajo que se le pide al hombre por su salvación, para que no quede ninguna persona en el mundo que pueda decir que no tuvo cómo salvarse, sabiendo que no hay nadie que no pueda realizar tales actos de caridad.
La vida terrenal es un gran don de Dios. Es breve, sí, pero con ella podemos ganarnos la eternidad. “Poco es el esfuerzo, pero eterno el descanso”, decían los Padres. Todo el bien que hagamos aquí se irá con nosotros y nos alegrará en la eternidad. Por eso, pensar en el estremecedor Juicio es una fuente de inconmensurable fuerza espiritual, porque nos aparta de la desidia y nos estimula a toda buena acción. De San Macario el Grande se dice que era débil y enjuto como una higuera. “¿Por qué, Padre, usted parece siempre endeble, tanto cuando ayuna como cuando come?”, le preguntó un monje. El venerable Macario le respondió: “La pala que utilizas para remover las ascuas y el carbón suele estar toda quemada y astillada. Del mismo modo se consume el cuerpo, al pensar en el estremecedor Juicio”.
El recuerdo de nuestros difuntos es una ocasión para las buenas acciones y para demostrar nuestro amor a Dios por medio del amor a ellos. Y si los vivos nos pueden devolver en esta vida el amor y la buena disposición que les ofrecemos, los difuntos ya no pueden hacerlo, y por eso la recompensa nos queda completa. La memoria de los que reposan es también una exhortación a pensar en la muerte, algo que los Santos Padres consideran la más alta filosofía, porque propicia la humildad, la oración y el arrepentimiento.
Meditar en lo vacío de las cosas del mundo, la efimeridad de nuestra vida y la corrupción de lo humano, nos despierta de la indolencia, y nos lleva a la contrición y a la redención: “Piensa en cómo serán tus últimos instantes”, nos exhorta San Juan Climaco, “y jamás volverás a pecar”.
(Traducido de: Protos. Petroniu Tănase, Ușile pocăinței, Editura Trinitas, p. 28-29)