Palabras de espiritualidad

Unas necesarias palabras de aliento provenientes del Santo Monte Athos, en esta Cuaresma tan excepcional

  • Foto: Silviu Cluci

    Foto: Silviu Cluci

Nuestro stárets nos insta a rezar cada día el Acatisto de la Anunciación, para exaltar y honrar el santísimo nombre de la Madre del Señor, y para el provecho y consuelo de nuestra alma.

 

El Santo y Gran Ayuno es el estadio espiritual de las virtudes, un tiempo de contrición y oración, de lucidez y de humildad, de templanza, de purificación espiritual y de perdón. Todo este santo tiempo bendecido es un viaje santo que cada año nos presenta nuestra Santa Iglesia, para cada cristiano que anhele caminar al lado de nuestro Señor Jesucristo, resucitando con Él y haciéndose parte de la Su Reino eterno.

Nuestra Iglesia, como una amorosa madre, por medio de sus salvadores Sacramentos, sus divinas Liturgias presantificadas, con sus Vísperas llenas de humildad, su amado Acatisto a la Madre de Dios, sus Completas y con el Gran Canon de la contrición, viene a despertarnos y a invitarnos a esforzarnos en la austeridad, en la oración y en la caridad, y a tomar el camino del arrepentimiento que salva al alma.

Este es el propósito del Santo y Gran Ayuno, y nos los recuerda cada día, por medio de los santificados cánticos del Triodion: “El principio de la humildad y la contrición, la renuncia a toda vileza, el dominio de las pasiones; a todo esto nos encaminamos, apartando toda mala acción”. La lucha en contra del mal requiere que nos arrepintamos, que nos apartemos de la iniquidad, que dominemos nuestras pasiones y apartemos toda mala acción. Y esta es la lucha que emprenden quienes añoran a Dios, haciéndose, así, partícipes de su victoria final.

La necesidad de “purificarnos de toda enfermedad física y espiritual” es el anhelo fundamental de todo cristiano verdadero, y esto nos lo concede el Espíritu Santo:

  • cuando producimos auténticos frutos de contrición,

  • cuando perdonamos a nuestros hermanos,

  • cuando controlamos nuestros pensamientos impuros con la fuerza de la oración,

  • cuando evitamos juzgar y condenar a nuestro semejante,

  • cuando ayudamos a los pobres y a los que sufren,

  • cuando participamos en los Sacramentos, y

  • cuando oramos por toda la humanidad.

Así es como viene la paz de Dios y recompensa a nuestro corazón y a nuestra mente con la Gracia y la presencia divina.

Especiamente en estos días, la himnología de la Iglesia nos exalta con maravillosos cantos, inspirados por Dios, mismos que fueron escritos por nuestros teóforos Padres con mucha fe y devoción, heredándoselos a la Iglesia para la gloria del Dios Trino y la honra de nuestros santos.

Un lugar aparte en los cantos de glorificación de nuestra Iglesia lo tienen los himnos dedicados a la Señora y Soberana del mundo, la Santísima Madre de Dios, María. Los cánticos dedicados a la Madre del Señor y los de los oficios litúrgicos en los días festivos centrados en ella, todas esas oraciones de nuestros Santos Padres y de los himnógrafos expresan el rico consuelo de la Madre de Dios para con la humanidad y también la profunda devoción, la fe y el amor de los cristianos por la Virgen Madre de Dios y de todo el mundo.

Es conocido el hecho de que un lugar especial en las almas de los cristianos ortodoxos lo ocupa el canto de agradecimiento conocido como Acatisto de la Anunciación (Himno Acatisto a la Santísima Madre de Dios), que constituye una oración compuesta por el pueblo de Dios, expresando nuestra infinita gratitud a la Causante de nuestra salvación, de nuestro júbilo, de nuestra esperanza y también de la paz del mundo, quien es la Esposa Virgen y eternamente bienaventurada, la purísima Protectora y Auxiliadora de los hombres. Es justo y necesario enaltecerla y glorificarla por sus infinitas bondades hacia nosotros.

Nuestro stárets nos insta a rezar cada día el Acatisto de la Anunciación, para exaltar y honrar el santísimo nombre de la Madre del Señor, y para el provecho y consuelo de nuestra alma. 

La lucidez y la invocación del Nombre de Dios y el de Su Santísima Madre son virtudes que dan luz, y que engendran luz y gozo en nuestra vida. Y, mientras más se entrelaza nuestra existencia con la ascesis espiritual y con la oración, más nos preparamos para soportar las pruebas que Dios permite que vengan a nosotros; más conscientes somos de nuestros pecados, y con mayor razón viene el don de Dios a morar en nuestro interior, purificando nuestra mente y nuestro corazón de toda inclinación al mal.

Todo este bendecido esmero es coronado por la alegría de la Resurrección, que no es solamente un gozo pascual, sino también una comunión de las bondades celestiales ya desde esta vida.

Oro porque las preocupaciones de hoy —que todos conocemos— se tornen en bendiciones para nuestro país y para el mundo entero. En estos santos días del Ayuno Mayor, intensifiquemos nuestras oraciones al Dios de la Misericordia y a nuestra Madre, tal como lo hacemos nosotros aquí, en el Santo Monte. Que cada uno viva su propia transformación por medio del arrepentimiento, para llamar la Piedad de Dios, misma que se da, como dice nuestro Señor Mismo, a los creyentes que son humildes, mansos y simples, para hacernos dignos también del regocijo de la Resurrección del Señor.

¡Un ayuno bendecido!

Archimandrita Alejo, higúmeno del Santo y Gran Monasterio Xenophontos, Santo Monte Athos.