Vengo ante Ti, Señor, reconociendo mi culpa
Aunque he errado, Señor, sé que amas a la humanidad; Tú castigas con indulgencia y te apiadas con fervor. Corres como un padre a consolar al que llora y llamas al que se ha extraviado.
Te confieso, oh Salvador mío, los pecados que he cometido y las heridas de mi alma y de mi cuerpo, mismas que pérfidamente hicieron en mi interior mis criminales pensamientos.
El poeta se dirige a nuestro Señor Jesucristo con la disposición de confesarse con Él. Y decide revelarle los pecados que ha cometido. Desea evidenciar las heridas que lleva en su alma y en su cuerpo, heridas que le provocaron otros malhechores: los pensamientos impuros. Es muy importante subrayar la interdependencia entre cuerpo y alma, pero también la actitud de ambos ante el pecado. En este tropario, el pensamiento del poeta evoca la Parábola del buen samaritano (Lucas 10, 30-36). En otros troparios, presentados más adelante, volverá [a dicha parábola].
Aunque he errado, Señor, sé que amas a la humanidad; Tú castigas con indulgencia y te apiadas con fervor. Corres como un padre a consolar al que llora y llamas al que se ha extraviado.
Junto con la confesión de su estado de pecador, el poeta declara su fe en el amor a la humanidad de nuestro Señor. Las palabras del himnógrafo nos recuerdan unas expresiones semejantes de San Simeón el Nuevo Teólogo: “Sé, oh Salvador, que nadie te ha fallado como yo… Pero también sé que la gravedad de mis pecados y la cantidad de mis faltas no supera la inmensa paciencia de mi Dios, ni Su sublime amor a los hombres…” (VII oración del canon de la Santa Comunión). Para resaltar la actitud de Dios ante el pecador, San Andrés utiliza expresiones e imágenes extraídas de la Parábola del hijo pródigo.
(Traducido de: Simeon Koutsa, Plânsul adamic. Canonul cel Mare al Sfântului Andrei Criteanul, Editura Doxologia, Iași, 2012)