Palabras de espiritualidad

Vivir en una contrición permanente

    • Foto: Stefan Cojocariu

      Foto: Stefan Cojocariu

Translation and adaptation:

Mi contrición, al igual que mis plegarias implorando el perdón y la misericordia de Dios, tendrían que ser incesantes. He aquí la razón por la cual el monje ortodoxo clama por la piedad de Dios, inmerso en una oración permanente.

Mis pecados ante Dios son innumerables, interminables. Todo lo que tengo, Él me lo ha dado; por eso, lo que tendría que hacer es presentarle mi ofrenda de gratitud, pero no solo a Él, sino también a mis semejantes. Tendría que alabarlo sin cesar por todas Sus bondades y por todo lo que me permite hacer y decir. Pero no lo hago.

Por este motivo, mi contrición, al igual que mis plegarias implorando Su perdón y misericordia, tendrían que ser incesantes. He aquí la razón por la cual el monje ortodoxo clama por la piedad de Dios, inmerso en una oración permanente. Así, vemos a San Antonio en su lecho de muerte, suplicando que se le conceda un poco más de tiempo para poder arrepentirse. Entonces, sabiendo que los pecados que cometemos ante Dios son también pecados que cometemos ante nuestros semejantes, y que se trata de un círculo vicioso que no se detiene jamás, es nuestra obligación pedir sin descanso que esas faltas nos sean perdonadas.

En todo caso, sería muy osado afirmar que en cualquier punto de mi relación con alguno de mis semejantes me he comportado de forma irreprochable o que he hecho todo el bien que podía a aquellos con los que me he cruzado en algún momento de mi vida. En consecuencia, cuando alguien me recrimine haberme comportado de forma incorrecta con él, aún sin ser yo consciente de ello, no tengo que rechazar ese reproche, sino reconocerme culpable.

(Traducido de: Părintele Dumitru Stăniloae, Rugăciunea lui Iisus și experiența Duhului Sfânt, Editura Deisis, Sibiu, 1995, p. 79)