Entonces cuando le haces el bien, el amor comienza a obrar en el otro, ese amor que no es otro que Cristo, entrando en acción la gracia divina. Después de esto, la persona cambia, porque la conciencia no lo deja en paz. No es bueno hacer el bien sólo para reñir al otro y hacerlo que se tranquilice, porque, actuando así, el bien se debilita; al contrario, el bien debe hacerse con amor. Entonces cuando abrumas al otro con el bien, éste cambia y se corrige.